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El pequeño Nicolás de René Goscinny.

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por Rubén Olivares

La literatura infantil está repleta de libros teóricamente infantiles que guardan grandes enseñanzas para los adultos que, despojados de prejuicios, se acercan a los libros que leyeron en su infancia o que por otras circunstancias acaban en sus manos. En mi caso, “El pequeño Nicolás” (“Le petit Nicolas” en su versión original), ha caído en mis manos como lectura obligatoria en el curso de francés que estaba haciendo en la EOI. Este es el primer libro de una serie que tiene como protagonista al pequeño Nicolás, un niño de siete años y al resto de la pandilla y compañeros de clase, escritos por Goscinny (coautor de Astérix junto a Uderzo y colaborador de la revista del mismo nombre que dio vida a Tintin), que en los países francófonos es un fenómeno infantil, junto al “Principito” de Antoine de Saint-Exupéry, con el que comparte la capacidad de sorprender, conmover y divertir tanto al público infantil para el que se pensó como para el adulto. Y es que quizás, en ocasiones, necesito desconectar de eso que llamamos comportarnos como un adulto y volver a sentirme por unos momentos como un niño, y confieso que releer los libros de mi infancia o descubrir libros infantiles me abre un mundo nuevo con el que volver a ver con mirada infantil un mundo que los adultos no comprendemos, pero que desde su punto de vista se torna más sencillo, mágico y más simple de abordar.

El pequeño Nicolás es un niño de siete años que, como todos los niños de su edad, sólo quiere jugar con sus amigos, divertirse con sus padres y tratar de evitar que le castiguen demasiado en la escuela, mientras medra con los problemas cotidianos que todo niño de su edad tiene: la incomprensión de sus padres cuando desea hacer algo, los conflictos entre compañeros de clase, el descubrimiento de los primeros amores y las fantasías propias de alguien que sueña con ser un adulto y tomar sus propias decisiones, aunque no sabe que quizás esté en una de las etapas más dulces que podemos disfrutar: aquella en la que nuestros padres crean una burbuja a nuestro alrededor que nos aísla del mundo y los complejos problemas que acechan a los adultos. El libro está escrito en primera persona, por lo que nos convertimos en el propio Nicolás y vemos a través de sus ojos el mundo en el que vive. Volvemos a mirar el mundo con la ingenuidad de un niño, la inocencia de sus respuestas y la simplicidad con la que es capaz de resolver cualquier problema. Y lo mejor del libro es que nos permite volver a “hacer trastadas” a través de Nicolás, un niño travieso que se pasa todo el libro envuelto en diversas aventuras junto a sus amigos (entre los que están el gordo, el listo, el bruto, el rico, el vago), con su maestra, con sus padres, un ecosistema de personajes entrañables en el que Nicolás pasa su infancia y descubre el mundo. De su mano descubrimos su primera experiencia de adulto, cuando deciden fumar con sus amigos y terminan todos enfermos; aquel día en el que están ensayando la Marsellesa (el himno nacional francés) porque el ministro de educación viene al colegio y acaban montando tal lío que el ensayo se suspende y deciden encerrarlos a todos en la lavandería para evitar que el ministro huya despavorido del colegio; sus primeras relaciones con una niña o los conflictos familiares entre sus padres que indirectamente ha ocasionado él. Y, aunque todo esto nos lo cuenta un niño, en cada palabra se deja entrever la fina ironía y el humor de Goscinny que supo crear a un personaje entrañable.

Resulta tremendamente entretenido acercarse a su lectura. Confieso que hacía años que no me divertía tanto con la lectura de un libro, con la capacidad de sorpresa y la ingenuidad de las respuestas de su protagonista y redescubriendo que, a menudo, los propios adultos somos más infantiles que los niños y acabamos complicando nuestras relaciones más de lo necesario. Si la traducción al castellano guarda la fidelidad con la que está escrita su versión original (yo lo leí en francés) disfrutaréis de una lectura amena y divertida, tanto si es para un adulto como si es para un niño. Un libro que se lee “en un clin d’œil!”

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