Estancias en La finitud de
Javier Puig.
por Eduardo Boix
Existe una poética que canta a la soledad, al vacío. Esta poesía nos muestra el canto de los desheredados, de la nada. Cuando llegamos a una edad y rememoramos lo anterior, puede que esto nos haga acudir a lo que fue. El pasado es el lugar que visitamos asiduamente, buscando respuestas. Es ahí en el tiempo pretérito, donde aflora nuestra verdadera circunstancia. Somos fruto de lo que fuimos. Es así. Nada nos va a marcar tanto como aquello que añoramos. Decía Sabina: no hay nostalgia mayor/que añorar lo que nunca, jamás sucedió. Pero es mucho peor regodearte en lo que fue y has querido retener con fotografías, escritos o recuerdos. Es duro dejar volar el pasado, todo acaba dañando, porque en el fondo somos carne viva. Pero debemos soltar lastre, dejar que todo fluya a pesar del dolor y de la memoria. Debemos ejercer de cronistas, meros contadores de vida, de nuestra vida.
«Estancias en la finitud» de Javier Puig editado por Frutos del tiempo en la colección Plaquette es un canto elegiaco. Pero no nos habla de una gran gesta. Son los pequeños momentos los que desarman al héroe de esta historia. Vuelvo a esos archivadores/y, ante mi repentina pequeñez, se erigen los ordenados documentos,/ aquella tenaz acción de mi padre. Acudir a la casa de la infancia y encontrar los objetos como quedaron, es la peor de las armas. No hay consuelo para el viajero que solo tiene recuerdos. El tiempo desaparece, o nuestro concepto de él más bien. Todo se detiene y la memoria nos susurra en forma de estampas: Este mundo que veo ya no me acompaña./ Hay una constante finitud/en esa imagen que linda con mi mirada… Ya no es lo que fue, porque el tiempo ha pasado. Estancias en la finitud es un libro cántico. Como una especie de diario secreto, donde los recuerdos entrelazan la memoria del autor. Solo existe el recuerdo/del sentir que nos sostuvo, nos cuenta Puig en el poema que lleva por título Satie. Sabe trasmitir la emoción de su tiempo pasado. Puig añora ese tiempo que no volverá, porque es ley de vida que el río siempre siga su curso. Ni Heráclito ni Parménides estaban tan alejados. Eran la misma cara de la moneda pero contada de manera diferente. El ser humano siempre regresa a su eterno retorno de la nostalgia.
«Estancias en la finitud» es el cuaderno de bitácora del autor. Abre en canal su alma para mostrarnos las heridas que sanaron pero que han ido dejando huella a lo largo de los tiempos. Miro a través de la angosta abertura de mi ser./Veo solo fragmentos de secuencias/que tampoco me explicarían el mundo. Intenta explicar lo que hay fuera desde su interior reflexivo y poético. Hay un gran canto a la emoción en las páginas de este poemario. Javier Puig es un maestro de las pequeñas cosas. Lo cotidiano se vuelve trascendente a sus ojos. Los recuerdos, las escenas de las películas que ve, un pasear solitario y el tiempo como devorador de todo es la clave en la poesía de Puig.
