Fenrir, de Paco Cuesta Martínez
por Lara Vesga
F. se muda un 25 de julio al piso 5ºB del número cuatro de la calle San Pedro. Dos días después, una de sus vecinas, la sexagenaria señora Pérez, aparece asesinada. Como casualmente F. es detective privado, don Felipe, el presidente de la comunidad de vecinos, y Doña Amparo, propietaria del 3ºC, una extraña pareja, deciden encargarle la investigación del caso y así no involucrar a la policía.
Pronto se sospecha que todo ha quedado en casa y que el crimen ha podido ser cometido por alguien que vive en el mismo edificio. El recién llegado detective F. irá tirando de la manta y desvelando las vidas ocultas y los trapos sucios de todos los vecinos del lugar. En el número cuatro de la calle San Pedro hay un cura que tiene mucho que callar, una solitaria refugiada croata, un joven de unos veinte años del que solo sabemos que es pintor y que comparte rellano con un tal Sancho, un basurero al que le ha tocado la lotería; en el edificio encontramos a Aurora, una esquizofrénica a la que tan solo le calma ver dibujos animados; también un matrimonio anodino y una pareja de niños ricos que se dedican a montar fiestas donde corren como la pólvora el alcohol y las drogas; y Silvia, una niña insolente y resabiada, con muchas horas de vuelo pese a su edad, entre otros personajes. Y es alguno de ellos quien ha asesinado a la señora Pérez, a quien no echan de menos ni sus hijas, pero cuyo asesinato se propone resolver F. caiga quien caiga.
Tras la publicación de El recuerdo en 2016, obra en la que se hablaba sobre una sociedad totalitaria en la que el protagonista sobrevivía gracias a sus recuerdos, llega Fenrir, el segundo libro de Paco Cuesta Martínez (Martos-Jaén, 1987). Fenrir viene a ser un 13, Rue del Percebe sádico, indecente y obsceno. No está escrito para lectores con la piel fina. Y esto no es ya solo por las personalidades y acciones de los personajes, sino por las interpelaciones constantes que hace el protagonista, F., al propio lector de la novela. En párrafos que aparecen a traición, sin aparentemente venir a cuento, F. te obliga a mirar hacia tu propio ombligo, te impulsa a que te hagas preguntas, te zarandea y a veces hasta te insulta. Sale del libro y te abofetea. Tienes la sensación de que si pudiera, el personaje te escupiría. Todo vale en un libro en el que se habla sin cortapisas de sexo, de corrupción, de drogas y de temas como la pederastia, con el que todos preferimos mirar a otro lado y no pensar demasiado, no saber demasiado.
Lo que casi todo ser humano intenta evitar e ignorar en su vida diaria, en Fenrir te explota en la cara. Lo desagradable se eleva a la categoría de arte. Hasta el propio F. te invita en varias ocasiones a no ser masoquista y cerrar el libro y lanzarlo a las llamas. Pero qué terriblemente complicado es eso para todos los lectores a los que nos va la marcha…