Last Sunday, Ep de Wilson Hernández.
por Sandro Maciá
Buen lo-fi, nuevos brotes de Wilson Hernández
Un buen árbol rara vez da malos frutos. Que sí, que todo puede ser y que, como en las mejores familias, puede darse el caso de que la podredumbre acabe por aparecer entre sus ramificados miembros, pero ¿no es extraño? Mucho. Porque, bien se trate de seres vivos o de otras cuestiones más abstractas, el marco del éxito como preludio al lanzamiento de un nuevo proyecto no puede más que ser garantía de un triunfo asegurado…
Por lo menos, así acaba pensando uno cuando, discerniendo correctamente y no dejando que la profundidad del bosque impida ver la belleza individual de sus plantas, se encuentra con nuevos tallos nacidos de lustrosos y ya conocidos especímenes, como ocurre con lo nuevo de Wilson Hernández, el tronco -más que rama- a partir del cual se vertebra el frondoso proyecto que conocimos bajo el nombre de Tennis Club cuando lanzaron su maravilloso Pink (Elefant Records, 2019), y que ahora suma a sus ramificaciones el nacimiento de un “solo project” que ve la luz en forma de un bonito Ep titulado Last Sunday (Spirit Goth, 2020).
¿Ven ahora por qué decíamos aquello de que “cuando hablamos de Tennis Club hablamos de las canciones de Wilson Hernandez”? Porque así es. Ya que, sin desmerecer el trabajo del batería y productor Sean O’Dell y del bajista Tehya -al contrario, bendito trío, amigos-, el alma del grupo vuelve a demostrar que su incontinencia creativa se encuentra en continuo proceso de brote, no perdiendo sus características señas lo-fi, pero sí aportando nuevos matices a un cancionero que ahora se amplía con estos cinco temas, con estas nuevas frutas de su cosecha que, con un estilo más guitarrero y cercano, hacen de Last Sunday un trabajo breve pero brillante.
Sacrificando los aderezos que dotaban a las canciones de Tennis Club de una contundencia más popera a favor de un ejercicio de sencillez y luminosidad vocal e instrumental, las cinco piezas que forman el citado Ep nos permiten conocer una nueva faceta de Wilson Hernández, esa en la que su voz adquiere un protagonismo que no distrae, sino que sirve de guinda a la dulce imperfección reverberada que tejen, tanto él como Tiger Millionaire, Justin Akin y Jacob Boyles -intérpretes también en algunos cortes- a partir de unas cuerdas, teclados y bajos que mecen al oyente entre la festividad de Making Out o Stoli Soda Sprite, la alegría vintage y rítmo de Locals Only, la sinceridad -en lengua castellana- de Wine Bums o la melancolía de Elizabeth.
Ni hoja mermada ni fruto podrido, este árbol tiene tanta vida como fuerza sus ramas.