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Pandemia desde Lanzarote 

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por Vanessa Díez

Antes de esto quería ser madre. Ha pasado año y medio desde el diagnóstico de endometriosis. Un año desde la operación. Nada ha cambiado. Paso las noches viendo cómo mengua la luna y apreciando cómo mis cabellos bailan con el viento. Intento dormir por las tardes, ya que necesito estar despierta toda la noche, pero a veces es difícil, ya lo era antes de todo esto. Los vecinos ahora están encerrados en sus casas y hay tardes que cantan Resistiré en modo karaoke. Así termino poniéndome los auriculares con música para intentar relajarme.

Por la mañana si es necesario vamos al supermercado donde la gente siempre está demasiado cerca aunque lleve guantes y ahora incluso mascarilla, a veces prefiero no comprar. En un sitio te miden la temperatura y te hacen ponerte doble guante aunque lleve ya un par de guantes puesto, donde tenían los baños cerrados con cartel de averiado, mientras en otro no dan guantes y sólo dejan un envase de gel desinfectante en la entrada. Seguimos estando demasiado juntos y nunca sabré si alguien dejó caer saliva sobre cualquier envase. La última vez lo que casi me llevo a casa es una polilla dentro de la bolsa cerrada de la lechuga. La vez anterior vi a una señora cambiando huevos de un envase a otro y como iba a llevarme huevos le dije “eso no se hace», se hizo la ofendida y decía que sólo estaba viendo la fecha, pero vi donde dejó el cartón rosa de huevos desechados, seguramente por pequeños, y cogí huevos con envase amarillo. La primera semana volví histérica a casa después de ir al supermercado, gente demasiado cerca, muchos sin guantes y los que los llevaban tocándose la cara.

En casa todo sigue igual. Nosotros ya hacíamos la vida al revés que los demás. Un horario nocturno tiene un descanso diurno. Cuando llegamos a casa por la mañana se hacen las cosas pendientes y por la tarde se duerme. A veces te despiertas a la hora de los aplausos sobresaltada y debes ponerte los auriculares para intentar volver a dormir. Si hubiera conseguido quedarme embarazada mi nivel de ansiedad sería mayor. Lo sé. Pensar en traer un niño a este mundo ante tal incertidumbre sin saber cómo saldremos adelante. No saber si podría mantener una boca más. La ansiedad ya estuvo, la calmaba con croissant de chocolate.

Las primeras semanas fueron demasiado difíciles. Llegar a conocer tal nivel de catástrofe me hizo desconectar de las cifras para seguir adelante. Cuando tienes que salir a la calle como parte de los servicios mínimos necesitas dejar de pensar en los riesgos, los conoces sí, pero necesitas dejar a un lado lo racional. No dejo de lavarme las manos con agua y jabón, ya era una manía paranoica antes de esto. Ya echo a lavar cada día los uniformes. Ya friego el suelo y desinfecto superficies en casa y en el trabajo. Pero necesito dejar de pensar en los muertos. Dejar de pensar en lo inhumano de todo esto. Dejar de pensar en que si mi abuela hubiera muerto ahora en vez de hace unos años hubiera sido demasiado duro. Pude despedirme de ella junto a mi hermana mediana en el tanatorio con la cortina echada, a solas con nuestro llanto. Ahora habrá mucha gente que no podrá. Recibirá las cenizas en casa sin haber visto su rostro por última vez. Faltará siempre una secuencia. Habrá un vacío dentro de ellos. Ese tiempo no vuelve. A mi me falta el último año de hospitales con mi abuela y eso nadie me lo podrá devolver. Ese tiempo de despedida quemado ya no existe. Las familias que tengan a sus muertos entre las cifras que muchos no queremos mirar no podrán coger la mano ni dar un último beso en la frente aunque esté fría. No podrán llorar frente al cristal de la sala del tanatorio. No podrán velar a sus muertos en esa noche. No podrán.
Ante tanta muerte ahora no puedo ser madre. Quizá después sea demasiado tarde. El tiempo es escaso y efímero. No sabes si lo que tienes será suficiente. La comida ha subido de precio. Las primeras semanas en la isla la gente creía que los barcos no llegarían a Lanzarote. Las colas en los supermercados eran predecesoras de una catástrofe y la incertidumbre se sentía. Los hoteles están cerrados pero alguien debe permanecer allí con los ojos abiertos.

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