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Sangre en la nieve, de Jo Nesbo

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por Lara Vesga

Olav se gana la vida haciendo lo único que sabe hacer: matar por encargo. Su jefe es uno de los grandes capos de la droga de Oslo y tiene en muy alta estima a su eficiente empleado. Aunque todo cambia inesperadamente con el último recado. Se trata de borrar del mapa a Corina Hoffmann, la esposa de su superior. Y resulta que Olav, que siempre se ha creído por encima del bien y del mal y que nunca ha dado rienda suelta a ninguna pasión, se ha enamorado de ella.

«Sangre en la nieve» es la última novela de Jo Nesbo, uno de los mayores referentes del género negro escandinavo y que en la actualidad cuenta con más de 45 millones de ejemplares vendidos a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo no veremos al mismo Nesbo de siempre en esta obra. Esto es otra cosa, se destila algo más profundo, más personal, más maduro y reposado.

En menos de 200 páginas el libro te arrolla como un tren a toda velocidad con una historia cuya esencia ante todo es el profundísimo deseo de redención de su protagonista, quien busca su salvación a través de lo único que existe para poder encontrarla: el amor.

Porque la vida de Olav descarriló desde que tan solo era un niño y tuvo que presenciar los continuos maltratos de su padre hacia su madre. Porque su infancia fue por eso mismo una mierda, porque su trabajo también lo es, desde luego, y porque su vida social se reduce a espiar a hurtadillas a una cajera de supermercado a la que siente que debe proteger de los males del mundo que acechan a la vuelta de cualquier esquina.

Sicario pero filósofo y quizá hasta romántico empedernido, por contradictorio que pueda parecer, Olav divaga sobre la vida, la muerte y el amor que aparece de improviso en su vida con forma de la mujer de sus sueños.

Hay sangre en el título de la novela y hay sangre en sus páginas, hay tiroteos, hay cadáveres y hay ataúdes. Olav no es precisamente un santo. Pero el lector encontrará difícil no empatizar con este asesino a sueldo, cuyos anhelos, preocupaciones, miedos, esperanzas, deseos y metas son al final exactamente los mismos que los de cualquiera de nosotros.