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Seibē y las calabazas de Naoya Shiga

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por Rubén Olivares

Naoya Shiga es uno de los escritores japoneses modernos que más éxito ha cosechado en Japón. Está considerado como “el señor de las letras” japonesas, aunque, su nombre es desconocido más allá de su país, con la excepción de algunos críticos literarios occidentales especializados en literatura japonesa. Esta relativa falta de interés por la obra de este autor se debe al escaso interés que desde Occidente se presta al movimiento literario japonés del shi-shosetsu (la novela del “yo” o novela personal), movimiento similar al naturalismo y el realismo europeo.

Shiga es el máximo exponente de un estilo literario que rompió con la tradición literaria y cultural de Japón. Dentro de esta cultura, más que el individuo o la persona, se valora a la sociedad, la familia por encima del “yo”. El individuo debe integrarse en el grupo; se espera de él que ocupe el lugar que le corresponda en la sociedad para mantener el sistema. Por eso, en la literatura japonesa tradicional no se escribía en primera persona, hasta la irrupción del movimiento de la “novela del yo”, un género que los escritores como Shiga emplearon para exponer al lector el lado más tenebroso de la sociedad, del individuo, no como un canto a la libertad y a la persona, sino como un ejercicio de expiación de los errores personales y la necesidad de liberar las “culpas” ante el grupo.

“Seibē y las calabazas” es un recopilatorio de algunos de los cuentos más famosos de Shiga, que nos permite conocer la obra de este autor y nos abre la puerta a un estilo literario que asentó las bases de la novela japonesa moderna. En el cuento que da nombre a este libro, el pequeño Seibē se ha entregado con pasión a la colección de calabazas. Él ve calabazas por todas partes. Las ama, las cuida, las colecciona y sabe, como pocos, apreciar su belleza y su singularidad, aunque, desgraciadamente su padre no comparte esta pasión y le obligará a renunciar a la misma. En otro de los cuentos incluidos en este volumen, “El dios del aprendiz” es Senkichi, un joven que trabaja como mozo en una tienda, quien recibirá una punzada en el alma que le impulsa irremediablemente a cumplir su deseo de comer en un restaurante del que ha oído hablar en una conversación entre su jefe y un cliente. El alma de Senkichi arde en deseos de probar tan excelente sushi, pero no tiene dinero. Acudirá al restaurante y cuando toque una pieza de sushi de atún, será reprendido por el dueño al no poder pagarla. Esta tensión entre el deseo y la realidad se verá liberada cuando aparezca “el dios del aprendiz” –otro cliente del restaurante- y le invite a comer. Otra narración a destacar es “El crimen de Han”, la historia de un lanzador de cuchillos de circo que ha cometido un error – o quizás no – y ha seccionado el cuello de su mujer, provocándole la muerte en el acto durante una función. Han lanzó el cuchillo que mató a su mujer. Está murió en el acto. Todo el público fue testigo del suceso, pero acabaremos la narración sin saber si Han es culpable – la mató conscientemente – u otra víctima de un terrible error.

A través de frases cortas, diálogos concisos, pequeñas imágenes o de objetos que se asemejan a lo que obsesiona al protagonista de sus historias, Shiga nos introduce en la tensión psicológica y las obsesiones de sus personajes para alcanzar su objetivo. Shiga escribe con aparente simplicidad, con una sutil ligereza narrativa. Sus narraciones están desnudas de todo artificio o adjetivo superfluo que distraiga sobre lo narrado. El objetivo que se logra con este estilo es abarcar la totalidad de la experiencia humana. Los personajes de Shiga se mueven por un impulso interior, una fuerza que los domina y los lleva a buscar la perfección y la purificación, aunque ello suponga cometer un delito. En sus narraciones el vacío, el silencio, la oscuridad y el tenebrismo son herramientas empleadas con maestría para iluminar la oscuridad y la vacuidad que habita en el individuo, dominado por fuerzas que son superiores a él mismo y ante las que sólo cabe el sometimiento.

Esta edición ha sabido guardar con fidelidad la atmósfera minimalista, el sonido leve, el susurro narrativo de Shiga, que exige al lector vaciarse de preocupaciones antes de sumergirse en una lectura pausada y lenta, como exigen estas narraciones. El libro se completa con un detallado epílogo en el que recorremos los paisajes de Tokio en los que se ambientan las historias de Shiga, enfrentando la actual ciudad con aquella en la que vivió el autor. Cuando acabamos el libro nos quedamos con ganas de paladear nuevas obras de Shiga, para dejarnos atrapar de nuevo por su capacidad de capturar en unas frases la inmensidad del alma humana.

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