Territorio de luz de Yuko Tsushima
por José Luis Romero
Te hace falta un nombre, aunque yo no sabría cuál elegirte. Quizás si fueras una mujer de las de mediados de la década del setenta pero en Occidente sabría escoger uno. Me valen los que más abunden en cada país, uno de ellos te viene como anillo al dedo. Aunque, así, desde mi escritorio no tengo tan claro que necesites uno. Su ausencia te hace más impersonal, pero, a su vez, más fácil de entenderte. Hay luz, mucha. Hay sombras, seguramente, abunden más. Cuando leo de ausencias, no agradezco más que una voz salga desde la tripa. Lo he llamado escritorio pero es una mesa de comedor llena de cajas, vamos de mudanza. Como tú a una casa con más luz. Cualquier luz deja sombras, aunque no las veas. Nadie de fuera, por mucho que te pregunten cómo estas, por más detalles que des, por mucho que tus respuestas deambulen entre estados de sincericidio no es comparable a lo que la tripa sabe callar. Además, desde la tripa se dialoga menos, para hacernos ver como en un año nuestra voz sabe adaptarse a las sombras, que dejan todas las personas al caminar. Habrá sombras, siempre en el sótano. Sabes, el apartamento tiene ventanas a los cuatro lados. Si vienes por la mañana a verme, te invitaré al té en una estancia diferente que si vienes por la tarde. Si vienes beberemos, hablaremos y por unas horas no girará mi vida alrededor de mi hija.
Te hace falta, para leerlo una ventana. Mejor un balcón, del cual carezco. Si el día es nublado lo vas a agradecer pero deja que Sol escape entre los huecos que los cirros dejen para que no se note su ausencia. Pero tampoco queme su presencia. Es casi finales de una primavera extraña que casi no he notado. De una ausencia que cuesta acostumbrarse ya que fue la primera vez que faltó a su cita. Ella, bibliotecaria, acaba de separarse de su marido. No fue su decisión. Ella, madre, tiene que empezar una nueva vida con su hija pequeña. Ella, mujer, debe alquilar un piso nuevo que tenga tanta luz que las sombras no sepan si merece la pena jugar a claroscuros sin miedo a empezar de nuevo perdida en mitad de un Tokio que se muestra inhóspito ante tanta necesidad de luz. Sabes, antes, cuando ella era aún pequeña vivimos durante casi un año en un piso. En la última planta de las tres que tenía el edificio, lo más curioso, es que fuimos sus únicos habitantes. Todo un año. Un año da para mucho.
Te hace falta ausencia de luz, que no son sombras. De las cuales tengo, bastantes, tantas como para poder compartirlas sin miedo a quedarme sin ellas. Solo es un historia de una abandono. Solo, y todo eso. La novela fue ganadora del premio Noma Prize 1978. Aunque, para hablar desde la tripa, importa poco el año.
