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Contra la distopía de Francisco Martorell Campos. 

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por Rubén Olivares

Distopía es el reverso tenebroso de la utopía, una sociedad indeseable, que vive bajo el yugo de una tiranía global o bajo un férreo control personal. Aunque las sociedades distópicas son fabuladas a través de los libros, estos suelen ser sus principales enemigos, por su capacidad para plasmar ideas que pueden subvertir el orden establecido. Recuerdo que una de las distopías que más me impresionaron, especialmente en su magnífica versión cinematográfica a cargo de François Truffaut, fue la de “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury, ya saben, esa extraña sociedad con la que, lamentablemente, empezamos a compartir rasgos, en la que los libros y el arte han quedado prohibidos, y se ha creado un departamento de bomberos dedicados a su localización y quema. Para preservar el saber de los mismos, un grupo de rebeldes se han convertido en “libros vivientes”, personas que han memorizado desde la primera hasta la última frase de los grandes clásicos de la literatura en un intento por preservarlos.

Mundos distópicos hay muchos, tantos como autores. La distopía se ha hecho un hueco en la cultura popular del s. XXI dando lugar a un género cultural propio del que se alimentan cientos de lectores y miles de espectadores en las salas de cine, dado el filón que la industria cinematográfica ha encontrado en las distopías y su capacidad para mezclar aventuras, ciencia ficción, épica individualista y romance promoviendo un género que engancha a miles de personas. Pero como todo producto cultural de consumo de masas, la distopía no está exenta de ideologías y propagación de mensajes no siempre orientados a impulsar una reacción que nos permita escapar del mundo que nos presentan.

“Contra la distopía, la cara B de un género de masas” nos sumerge en las claves del género, aunque lo más interesante es la reflexión que plantea Francisco Martorell, en torno a la avalancha de nuevas historias que invaden las librerías, canales de televisión y el cine alrededor de este género en un momento de crisis, historias que no están exentas de una alta carga ideológica y política que pretende transmitir una serie de valores e ideas conformistas y perpetuadoras del estatus quo pues, al fin y al cabo, si el futuro que nos espera es peor de lo que tenemos actualmente, quizás deberíamos valorar la sociedad actual y tratar de perpetuarla para evitar que derive en uno de esos mundos distópicos. Sin duda alguna es una idea que a algunos puede parecer demasiado controvertida y alejada del mensaje original de las distopías, pero como descubriremos a medida que avancemos en la lectura de este ensayo, si bien las primeras utopías que podemos clasificar como promotoras de un mundo feliz pretendían impulsar la reflexión, el deseo de mejora constante y la cooperación entre los ciudadanos en pos de lograr un futuro mejor su reverso, las distopías, nos presentan mundos en los que, tras una catástrofe indeterminada, el mundo se halla sumido en un nuevo orden mundial en el que un grupo de tecnócratas o un solitario gobernante controla, en nombre del bienestar de sus ciudadanos, cada uno de los aspectos del ser humano y al que sólo un grupo o un individuo es capaz de hacer frente para volver a revertir el sistema e instaurar una sociedad que, sin bien no era perfecta, se nos antoja mejor que el mundo distópico en el que viven.

Martorell indaga con maestría en el predominio de las distopías en el actual panorama cultural a las que considera un medio para propagar la idea antes comentada de que este género es un caballo de Troya que inocula en el lector la idea de que es mejor mantener una realidad desigual y llena de imperfecciones como la actual sociedad, que luchar en pro de una sociedad más igualitaria que podría derivar en un mundo distópico. Desde su perspectiva, las distopías inoculan en el lector la idea de que el progreso y la búsqueda de nuevas alternativas acarrean efectos negativos para el individuo y la sociedad, por lo que es preferible mantener el actual orden. Por otro lado, a lo largo de sus páginas nos desvela las incongruencias conceptuales a partir de las cuales se construyen estas realidades antiutópicas, centradas a menudo en un individuo rebelde como ente promotor de una revolución que trastoca el orden distópico, un Estado totalizador que busca homogeneizar y dominar a sus ciudadanos, un concepto de rebelión violenta que deriva en una guerra abierta y caótica, el uso de la tecnología como mecanismo de control (cuando podría serlo de emancipación) o el contraste entre tecnología/urbanismo/dominio frente a la naturaleza/ruralismo/libertad, ideas altamente simplificadoras de problemas complejos que en estas realidades se nos presentan como fácilmente solucionables a través de la rebelión del individuo, la imposición de un neorruralismo, la vuelta a valores tradicionales y el cuestionamiento de la realidad como medios para subvertir el orden y alcanzar una emancipación que no siempre se nos cuenta en qué derivó o cómo se erigió el nuevo orden una vez que se derrumba la distopía, ideas que a menudo, según Martorell, promueven más la desmovilización del individuo o la movilización reactiva orientadas en ambos casos a perpetuar el actual modelo social para evitar que derive en un peor modelo, en vez de promover, como su anverso positivista, la utopía, nuevos modelos de sociedad más igualitarios. Un excelente ensayo del que debemos quedarnos con una idea: debemos acercarnos a las distopías con un sentido crítico, equilibrando la balanza con la propuesta de nuevas utopías que nos animen a retomar la iniciativa política y no dejarnos embriagar por el pesimismo del mensaje distópico.

 

Contra la distopía – Francisco Martorell
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