Cuando los montes caminen de Youssef El
Maimouni
por Lara Vesga
Corre el verano de 1936. Cerca de Tetuán, Yusuf, un crío de quince años con aspiraciones en la vida, escucha una promesa alentadora: a cambio de participar en una guerra relámpago en España en el bando de Franco, recibirá una buena paga, comida para su familia y tierras a su regreso. Él es de todo menos un soldado, pero las ganas de demostrar su hombría y el anhelo de formar un hogar con Asma, su cuñada viuda, de la que está enamorado, se llevan la palma.
Yusuf comprende que lo que le espera no es un cuento de hadas, pero lo que se encuentra sobrepasa todos los límites de la crueldad humana. Enseguida se da cuenta de que el ejército sublevado en realidad desprecia y maltrata a las tropas moras, que a su vez masacran, saquean y arrasan todo y a todos los que encuentran a su paso. Además, el enemigo que esperaba encontrarse, un bando de rojos y ateos sanguinarios, no es tal, sino civiles mal armados y famélicos que defienden sus pueblos.
Youssef El Maimouni (Ksar el Kebir, Marruecos, 1981) ha escrito una novela con un punto de vista muy poco usual, el de las tropas de moros que reclutó Franco durante la Guerra Civil. «Cuando los montes caminen» va más allá del poso que quedó en el imaginario colectivo sobre la crueldad de los soldados importados desde África. Habla de las historias de personas humildes, normales y corrientes,
que fueron a luchar a una guerra ajena con la promesa de un futuro mejor, y que no ganaron nada sino que perdieron todo. Ese perfil es el que representa precisamente Yusuf, un chaval dedicado poco más que a la lectura y al rezo, apegado profundamente a su madre y a la sombra de un hermano que sí nació para guerrear. Mantener su esencia y sus valores entre los cadáveres, las batallas y el desprecio de propios y ajenos será una de sus metas y un importante hilo conductor en el libro.
Intensa y descarnada, la obra de El Maimouni es uno de los relatos más duros sobre la Guerra Civil española que esta lectora ha tenido entre sus manos. El ambiente desesperanzador que se recrea en el libro se acaba contagiando. También la desconfianza hacia todos. La lectura de «Cuando los montes caminen» se vive en un estado de permanente alerta, en el que cualquier cosa puede pasar a la vuelta de la esquina, a la vuelta de la página.