El olvido que seremos de Fernando Trueba.
por Rubén Olivares.
«Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.”Jorge Luis Borges.
El 25 de agosto de 1987 el médico colombiano Héctor Abad Gómez era asesinado por paramilitares en el centro de Medellín. En uno de los bolsillos su hijo el escritor Héctor Abad Faciolince encontraba uno soneto copiado a mano por el doctor, atribuido a Jorge Luis Borges. El poema sirvió de epitafio a la tumba del padre, y años más tarde al libro dedicado a la memoria de su padre El olvido que seremos, que ha dado finalmente título a la película homónima de Trueba basada en la novela de Faciolince.
La película es un cuento en blanco y negro que alterna con el color, a través del cual de la mano de su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, nos adentramos en la memoria y las emociones del recuerdo de su padre. Es desde este punto de admiración, pero también de renuncia, desde los nudos y ataduras que se tejen desde la más antigua de las alianzas (la que se teje entre un padre y un hijo), donde se desarrolla toda la película. El leitmotiv de esta historia se centra, no tanto en narrar lo ocurrido como un documental al uso, sino en entrar en los detalles personales que la historia oficial omite, para darnos el retrato de un padre, un profesor, médico y activista por los derechos sociales que murió por defender a los más desfavorecidos. El olvido que seremos no es un relato de archivo, sino la memoria, los recuerdos compartidos de su hijo con su padre y aquellos que le conocieron. Los vacíos del relato que va tejiendo la memoria de Héctor se complementan con la emoción que habita en estos huecos.
La historia de Héctor Abad Gómez es la de un hombre que dio su vida por ayudar a mejorar la de los demás. Logró que la vacunación en menores fuera algo generalizado, que el agua potable acabara llegando a todos y que tuvieran acceso a una sanidad pública que evitara brotes epidémicos. Quizás lo que más choca de esta película es la felicidad que irradia la familia de puertas para adentro. Parecen una versión colombiana de la Tribu de los Brady, en la cual los problemas se solucionan con una pequeña reprimenda paterna, una caricia y un abrazo. Quizás, como dice la matriarca en un momento de la película, esta fuera la realidad de una familia acomodada colombiana de los 70, que vivía de espaldas a la realidad de los más desfavorecidos. El contraste entre el primer mundo y el tercer mundo a tan solo unas calles. Pero no hay que olvidar, que aunque esta fuera su realidad, a Héctor Abad Gómez lo asesinaron aquellos que preferían que siguiera con su felicidad de clase acomodada y no se involucrara en políticas de defensa de los desfavorecidos. Triste. Crudo y veraz. Algo inolvidable.
Trueba juega con el contraste. Los recuerdos de la infancia del hijo, los momentos más felices que construyeron la personalidad del hijo y que forjaron el carácter del padre se nos presentan en color. Son el retrato de un momento límpido, bello, colorido y feliz, hasta que irrumpe la primera desgracia: la muerte de una de las hermanas de Héctor por un cáncer que el padre es impotente de curar y que tan sólo alcanza a aliviar. A partir de este hecho entramos, poco a poco, en la segunda parte de esta historia. El padre vuelca sus energías en ayudar a mejorar la realidad de los desfavorecidos en Colombia, el hijo ya es un adulto, que colabora con su padre al tiempo que forja su propia vida. Y todo se vuelven recuerdos en blanco y negro, tonos de gris que nos evocan a un tiempo más lejano que el que asociaríamos con el color. La muerte no tarda en aparecer al final de estos recuerdos y con ello el triste desenlace para un hombre que hemos visto dedicar su vida a ser un hombre bueno. Héctor Abad Gómez fue uno de esos hombres que Bertolt Brecht llamaba imprescindibles. Los que están llamados a mejorar la vida de los demás, aunque eso les lleve a pagar con su propia vida.
Acabamos la película con la sensación de que nos llevamos más que el recuerdo de su vida, la emoción de aquello a lo que no podemos renunciar. Trueba ha hecho una película que no se puede olvidar, que se graba a fuego en nuestro corazón. Por emocionante. Por conmovedora.