En la estela del mito de Mireia Rosich.
por Vanessa Díez Tarí
En el Museo del Prado pude estar ante el cuadro de Goya “Saturno devorando a sus hijos”, su oscura inmensidad. Nos relata el mito en el que Saturno para evitar la profecía de ser destronado se come a cada nuevo vástago. Rea harta de perder a cada hijo recién parido se esconde en una cueva para tener al último y le da a su marido una piedra envuelta en pañales que aquel engulle. El recién nacido no será otro que Zeus. El cual provocará el vómito a su padre para rescatar a sus hermanos y junto a los Titanes luchará y vencerá. Así matando al padre instaura su nuevo reinado. Los mitos son relatos. Enseñanzas de nuestros mayores para advertir a las jóvenes generaciones de los peligros de la vida. Hemos diluido tanto los cuentos alcanzando el formato actual que hemos perdido los referentes. Los mitos y los cuentos originales de todas las culturas están repletos de todo tipo de criaturas ya sean padres, madres, brujas o monstruos. Aún recuerdo aquel cuento de cuando era pequeña a en el que un niño muere a manos de su abuela y lo sirve para comer y todos comen, todos excepto su hermana. Después aquellos huesos enterrados en el patio darán un peral y el niño renacerá subido al árbol. Cada miembro de la familia acudirá a él a pedirle frutos y tan sólo los obtendrá su hermana porque “tú ni me has matado, ni me has comido”. Queremos vivir desconectados, sin ver la cruda realidad. Siempre ha existido la maldad acechando en cada rincón al menos antes a los niños se les advertía de los posibles peligros, porque en aquellas épocas de hambrunas y analfabetismo incluso existían padres que vendían a sus hijos, pero ahora que estamos tan adelantados en tantas cosas les dejamos indefensos antes los agresores. Y después no queremos ver, porque si Saturno devoró a sus hijos antes de hacerlo ya lo pensaba y no quiso evitarlo.
La mujer es la que establece el cambio. La que se niega a perder más hijos. La que abre la caja. La que da el hilo de la salvación. La que provoca el ardor descontrolado de la pasión . La que se corta un pecho si es necesario antes de la lucha. La que muerde la manzana. La que abandona el Paraíso, si lo desea. Y también es la que espera. Que hayan querido diluir el significado de la feminidad lo único que hace es ocultar opciones, su diversidad ya estaba en los mitos clásicos, pero las veíamos a través de los héroes masculinos y no a ellas. Ella es la que acompaña, cura y espera. La fiel compañera que siempre está, mientras que las otras son las de la lujuria, el pecado y lo reprobable. Si una niña creía que su don más preciado era su virginidad, su honra y su nombre nunca dejaría de ser una sumisa portadora de vástagos que esperase a su marido tras los años de batallas, sola con sus pequeños, indefensa frente a las hambrunas y los ladrones. No querría ser hechicera o sacerdotisa si eso pudiera significar lujuria y maldad, pecado. Si en vez de esto se hubieran preocupado por adiestrar a las niñas como hizo el padre de Tomirys, reina de los masagetas, otro presente tendríamos hoy, seguimos indefensas porque no se dan herramientas para que se defiendan las niñas ni después las mujeres. La palabra y el texto son la base que acompañada de una instrucción básica en supervivencia, tanto lucha como caza, sería necesaria para que tanto niños como niñas pudieran sobrevivir ante cualquier adversidad. Ahora lo que tenemos son ciegos que si se quedan sin sus pantallas no sabrán hacia donde ir, perdidos. Las tribus de la estepa tenían claro que el adiestramiento era necesario para la supervivencia y en Esparta también, sobrevivían a base de lucha y sangre, debían defenderse ¿y si ahora llegase a ser necesario?
Ariadna, Las Ménades, Pandora, Helena, Las Sibilas, Circe, Las Sirenas, Penélope, Danae, Andrómeda y Las Hespérides. Doce personajes femeninos, los escogidos por ser portadores de un mensaje que se va abriendo desde el lugar que ellas ocupan, nos indica la autora en su introducción. La autora nos aporta una revisión de los mitos desde la psique femenina, el papel de ellas a lo largo del tiempo. Además veremos la representación artística que los pintores han dado a estos personajes femeninos, durante mucho tiempo la mejor forma de representar un desnudo sin ser juzgado. Y también compara los mitos con los textos de diferentes religiones y culturas, no sólo la católica. Existen muchas semejanzas, aunque se ha querido hacer creer a través de los dogmas y de los tiempos que la religión adoptada en Roma como única era lo verdadero y lo anterior lo pagano y poco merecedor de fieles. Aunque el paso del tiempo ha demostrado que en muchos lugares como en el norte peninsular a pesar de la Inquisición y otros infortunios han perdurado las prácticas previas que tenían más que ver con la salvación de los cuerpos y del cuidado y respeto de los seres humanos y seres vivos como una comunidad que podía vivir en harmonía con el entorno. La autora también nos habla abiertamente de las violaciones, abusos y raptos que se relatan en muchos de los mitos, pues las afortunadas que reciben a los dioses no lo eligen si no que les es impuesto y aquella que se niega es castigada. Las amazonas que dieron bastantes problemas en batalla a los hombres fueron equiparadas a los centauros, representaban la barbarie, si no se dejaban dominar eran diabólicas ya fueran diosas, adivinas o reinas.
Mireia Rosich es historiadora del arte, así “En la estela del mito”(Doce figuras femeninas de la Antigüedad clásica) es un texto coherente con importante base bibliográfica, si disfrutas del arte y de los mitos la autora te llevará de la mano por rincones que desconocías y te darás cuenta que no hemos cambiado tanto.