Los extraños de Jon Bilbao.
por J. Luis Romero González
«Katharina lo oye teclear en el salón. Ella está en la habitación que comparten, la más espaciosa de la casa, donde él dormía cuando era niño»
Nací en una casa. Viví muchos años en un piso, luego otro, otro, otro,… Ninguno de mis padres. Todos alquilados. Murieron sin tener propiedad alguna. Poseí piso propio (el 99 % de la Caja de Ahorros) al casarnos y luego una casa, con nuestro imperfecto diseño, entre olivos centenarios en la tórrida campiña cordobesa .
Envidio a aquellos que pueden vivir o retornar, arreglar o mantener la casa donde nacieron. Recorrer cada día las mismas estancias que de niño, saber sus rincones, huecos, escondrijos…
Mi deseo de vivir en una casa siempre fue erróneo. Deseaba mi casa natal,no otra casa. Esa. Ni aquella ni esta.
En la novela editada por Impedimenta, Jon y Katharina pasan el invierno en la que construyeron los dos abuelos de él en la costa cantábrica. Cada uno trabaja en una habitación distinta. Cobijados bajo el mismo techo pero muy alejados en un espacio que es demasiado extenso para sólo dos personas. Y la señora, Lorena, que atiende la cocina pero que no pernocta allí
Trabajo, paseos por la playa, compras en el súper,… que se ven alterados por dos sucesos: la aparición de unas luces en el cielo y la llegada de un presumible pariente de Jon – que no le recuerda- con una chica.
El primer hecho atraerá a una multitud que permanecerá días y noches atentos al retorno de unos presumibles hermanos celestiales e indagando a aquellos – para ellos, privilegiados- que observaron el fenómeno premonitorio en el instante que acaeció.
La llegada de Markel y de Virginia no es esperada. Ni siquiera eran conocidos. Extraños. El primo de Jon sabe de ese hogar por las historias familiares dado que comparten uno de los abuelos que la edificaron.
Lo que era amplio y, a la vez, acogedor se va transformando en un lugar insuficiente para cuatro personas, extrañas entre ellas, y creándose un ambiente amenazante. Jon duda de la verdadera identidad de Markel y Katharina de la atractiva y silenciosa Virginia. Y los dos de la larga permanencia de la pareja que niegan la existencia de vínculo afectivo entre ellos.
La llegada – por transporte comercial – de una pareja de perros, propiedad de Virginia, vienen a aumentar la tensión entre propietarios y desconocidos visitantes.
Aunque los parajes son abiertos al mar y a la montaña, la crispación surge por el espacio que de dos personas pasa a ser ocupado por seis seres vivos e incrementada por el estado de gravidez de Katharina.
La monotonía – y hasta el aburrimiento- de la pareja ocupante halla remedio en la fascinación que causa la visitante, pero…
En aquella casa todo cambia hasta «… la biblioteca con las obras completas de Zane Grey»