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Los terranautas de T. C. Boyle. 

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por José. L Romero G.

Homo homini lupus

No fue larga la noche que aguardaba el nacimiento de mi primogénito. Sin avisar a ningún familiar me dispuse, en la incómoda sala de espera hospitalaria, a leer solo e impaciente – por el acontecimiento que esperaba- un voluminoso libro de tapas azules: “Acali” del antropólogo mexicano Santiago Genovés. Era 1977 y el mes de mayo, cuando mi ciudad explosiona de alegría y colorido con sus cruces, patios y feria en una desenfrenada continuidad festiva.

El nombre del estudio es el de una balsa que con una tripulación de once personas partió -justo cuatro años antes de mi lectura- desde las Islas Canarias, con una única escala en Barbados, y llegó hasta la isla Cozumel en México tras emplear cien y un días. Acali, en el idioma de los aztecas, significa “la casa del agua”. Muy apropiado.

Viaje que realizaron para experimentar sobre comportamiento humano, las relaciones interpersonales en un espacio reducido y sin forma alguna de escapar del mismo. Genovés seleccionó a los tripulantes de mediana edad, casados (sin la participación de los cónyuges) y con hijos, de diferentes nacionalidades, razas, sexo (cinco y cinco) y religiones.

No pude terminar su lectura en esa noche. Al amanecer, fui padre. “Acali” podía esperar. Mi esposa y mi hijo, no. (Aquel vástago que nunca tuvo necesidad de dormir, cuando tuvo que vivir idénticas circunstancias, aplacó sus nervios con el mismo tomo de tapas azules y fotos a modo de una desacralizada Biblia familiar que fuera de mano en mano. Con él permanece el grueso tomo. Yo conservo el recuerdo de cuando tenía 30 años y le aguardaba).

Del 1973 saltamos a 1994, de las cinco parejas a las cuatro, de la reducida balsa a una enorme cúpula de cristal, del océano Atlántico al desierto de Arizona,… y de Santiago Genovés a T. C. Boyle. Ambos narran un experimento de supervivencia y aislamiento. Uno desde la realidad y otro desde la ficción literaria y científica. Es el tema de “Los terranautas” de T.C. Boyle, publicada por Impedienta con acertada traducción del novelista Ce Santiago.

«Nos desaconsejaron tener mascotas; y, ya puestos, ni maridos ni novios, y lo mismo valía para los hombres, ninguno estaba casado, que se supiera…” declaran los voluntarios de este exitoso reality show retransmitido a nivel planetario. Participantes que llevan al menos dos años trabajando para esta oportunidad, todos científicos: un médico, una oceanógrafa, una experta en cultivos, un ingeniero… “Los recursos de la Tierra se agotaban, el calentamiento global empezaba…” confinándose bajo la gigantesca cúpula de cristal – «Ecosphere 2» – convirtiéndose en un prototipo de una posible colonia extraterrestre e intentando demostrar la posibilidad de una existencia aislada y autosuficiente.

“La pérdida de cualquiera de nosotros supondría un desastre…” Con una férrea disciplina, casi militar, con horarios controlados, tareas definidas y repartidas. “Nada entra, nada sale”.

Observados desde exterior como un curioso zoo humano dentro de su gigantesca pompa -no de jabón – de cristal fabricada por el ecovisionario al que llaman D. C., “Dios el Creador”, y vigilados por otros investigadores que supervisan sus movimientos. Una vez dentro, nadie sale hasta completar dos años de estancia. Bajo ningún concepto. “Los cancerberos de la moralidad bufaban y jadeaban y la secta de los Tú-Abstente se manifestó…” La ironía y la torpeza del experimento ecológico aflora y deja al desnudo la absoluta desconexión del hombre con la naturaleza y como pueden caer en la utopía.

“la pureza de este lugar y sin enfermedades contagiosas, es probable que nuestra esperanza de vida aumente en diez años… nadie va a tener que vacunarse de la gripe…” Este “Nuevo Edén” tiene, como todo, un punto débil que es -ya lo escribió Graham Greene- el factor humano: el amor, el odio, el miedo, los celos o el intento de notoriedad. “Para evitar que todo el mundo interviniera al mismo tiempo habíamos adoptado la norma de El señor de las moscas… ”. En la obra de William Golding ya comprobamos que el mayor fracaso de la especie humana es, sin duda, su propia humanidad.
Habíamos pasado de la realidad de Genovés a la ficción científica de Boyle. Pero el hecho es que el autor parte de un experimento real que tuvo lugar en el mencionado desierto y que no acabó con los resultados deseados. Es decir, que terminó como el “rosario de la aurora”.

Dándoles voz, alternativamente, a los protagonistas como narradores, T.C. Boyle – un escritor que se documenta sobradamente – reconstruye esta experiencia extrema en esta obra de jugoso contenido y notable volumen. Que nos lleva a preguntarnos si sirven experimentos como el presente para vaticinar los problemas que pudieran darse e impedirlos antes de que ocurriesen.

Los terranautas
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