Nuestros mejores años de Gabriele Muccino.
por Rubén Olivares
“…Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces…”
Gabriel García Márquez
En el ADN del cine italiano se ha grabado su amor y facilidad para elaborar historias río que recorren la vida de sus personajes a lo largo de su trayectoria vital, narrando al tiempo la historia de un país, su época y sus gentes. Italia ha regalado al cine grandes obras maestras con las que, atravesando décadas y estados de ánimo, nos ha mostrado la evolución de sus personajes y del país que los acoge. Pensemos en largometrajes como Érase una vez América de Sergio Leone, La mejor juventud, de Marco Tulio Giordana, la inolvidable Novecento de Bernardo Bertolucci o la obra que comentamos hoy, Nuestros mejores años de Gabriele Muccino.
Para el gran público este director, como muchos otros que no tienen su origen en Hollywood, será un desconocido, aunque cuenta con una dilatada carrera como director de películas como El último beso (2001), En busca de la felicidad (2006), Siete almas (2008) o De padres a hijas (2015), por citar algunas de las más conocidas. Nuestros mejores años nos presenta una panorámica general de las vidas de cuatro amigos a lo largo de 40 años, llenas, como no, de alegrías, decepciones, desengaños, reencuentros y despedidas en un verdadero suspiro, pues aunque la película dure algo más de dos horas, es difícil condensar en tan poco tiempo cuatro décadas de vida. Junto a la trayectoria de estos amigos, la historia de Italia y el trasfondo de la ciudad eterna, Roma, se convierten en otros dos personajes que redondean este metraje, haciéndolo más liviano y atractivo. La película está entrelazada alrededor de la amistad y las relaciones de cuatro amigos que comparten protagonismo – Giulio (Pierfrancesco Favino), Paolo (Kim Rossi Stuart), Ricardo (Claudio Santamaría) y Gemma (Micaela Ramazzotti) –, presentando escenas de los momentos más destacados de sus vidas que nos permiten entender los encuentros, desencuentros, enemistades y amistades de esta pandilla de amigos que, a pesar de los infortunios y desamores, traiciones y despedidas, acaban forjando una amistad duradera durante cuatro décadas en una historia ligera y con el grado de síntesis adecuado.
De la mano de Giulio, uno de los cuatro amigos, iniciamos el viaje por Nuestros mejores años, quien nos introduce en la historia de estos amigos desde el inicio de la película. Tras un breve prólogo, nos sumergimos en la forja de la peculiar amistad de estos amigos en su juventud, bajo una Italia convulsa dominada por los años del plomo de la década de los 80, dominada por los convulsos enfrentamientos entre grupos extremistas de derecha e izquierda que tiñeron de sangre las calles de Roma, en la que se nos contrasta la alegría y el hedonismo juvenil discotequero con la tragedia cotidiana que se vivía en las calles. La historia de Italia como trasfondo nos seguirá a lo largo de la película, sin ser en sí el objetivo de la misma. Nuestros mejores años está repleta de nostalgia, alegría y celebración de la amistad, pese a las traiciones y desengaños que se producen en el grupo (¿en qué pandilla no ha habido traidores y traicionados? Parejas que se rompen y forman nuevas relaciones dentro del mismo grupo, apartando a unos y manteniendo a otros), pues, al fin y al cabo, lo que se nos presenta es un canto a la amistad y reconciliación entre amigos, un largometraje que celebra la camaradería a lo largo de los años.
Aunque en ocasiones peca de excesiva dulzura, haciendo empalagosa ciertas escenas y alarga en demasía el fin de la misma, no deja de ser una película que a los que estamos más cerca de los cuarenta y tantos (o más) nos engancha, porque nos sentimos totalmente reflejados con la historia de estos amigos. A destacar las interpretaciones de Pierfrancesco Favino y de Micaela Ramazzotti, contrapesos de la película entorno a la cual giran el resto de personajes. Una oda a la nostalgia, con aroma italiano. Fresca y divertida.