Mis queridos niños de David Trueba.
por José. L. Romero
«… te dije que yo creía en Dios pero no en su organización armada, tú me confesaste que rezabas por las noches».
De política, religión y dinero no se hablaba. Fue una de las numerosas normas en los hogares españoles durante cuatro décadas.
Tengo más de setenta años. Por ellos, he vivido ese mutismo. Esa imposición, hija del terror, nieta del dolor y sobrina del miedo. Quienes afirman que en su casa se conversaba sobre todos los asuntos pienso que o no vivieron en mi época o sus padres no tuvieron sus vidas en peligro o que ambos progenitores habían sido y continuaban perteneciendo al bando vencedor. O, por último, que ya no se acuerdan de lo que ocurría en esos años
«Queridos niños» es, además del título del libro de David Trueba, editado por editorial Anagrama, el apodo que el periodista narrador del libro, Basilio, da a los electores. Es que lo somos o, al menos, lo parecemos… y como tales deseamos ser tratados: con mimo, que nos animen, nos prometan, nos narren cuentos, nos hagan crear ilusiones… Y aplaudimos, vitoreamos, levantamos para hacer la ola, buscamos manos, intentamos palmadas, preparamos fotos (creo que se dice selfie, aunque – a veces- salgan como para exclamar «sofeos»).
Basilio es colaborador directo de una candidata presidencial. Es «el incremento» (como los «avíos» de un guiso que le aportan sabor) a la creatividad de ella y de toda la turba de asesores. Es de buen comer: «Yo quiero a mi país por el estómago». No es extraño que sus amigos lo conozcan como el Hipopótamo.
Su humor sarcástico («La política es la fama al alcance de los feos» ) le lleva a rebautizar a cuantas personas les acompañan en el periplo recorriendo nuestro país, en autobús y otros medios de transporte, en busca del voto de los «queridos niños».
Ciudad por ciudad. Provincia a provincia. Escuchando triunfalistas explicaciones en una fábrica recién inaugurada o lastimeras súplicas en un suburbio. Buscando la foto oportuna, eligiendo la ropa adecuada, intercalando la frase oportuna, replicando al opositor… bajo o por encima de las normas, encuestas, análisis «con las que nos agreden a diario desde el despacho… los Cuervos para alimentar la calculitis entusiasta…»
Recientemente una lectora anunció esta obra en una storie de instagram con las imágenes superpuestas de la caca de WhatsApp y de Ronald Trump. Mi respuesta fue inmediata. No todo es sucio (que puede ser eficaz) en lo relatado ni la campaña por el voto se realiza en Boston, Miami, Los Ángeles… es en nuestra fría Zamora, en la templada Alicante, en la árida Almería…
Y se aprende en sus páginas de las ideas y de las realidades que el orondo periodista desea inculcar o que conozca a la candidata. Por ejemplo, la frase de Tocqueville sobre que «la democracia consiste en alcanzar la igualdad dentro de la libertad mientras que el socialismo pretende esa igualdad bajo la coacción y la servidumbre». O que «las empresas públicas tienen un 25% de directivos más que las privadas».
Hay una constante: la realidad vista con humor. Las reflexiones calan más cuando son jocosas. «Ya conoces el dicho judío: Todos alargan la mano para tomar el dinero, menos Jesucristo y porque las tiene clavadas a la cruz». «Aquella vez que escribí que los voluntarios en África eran misioneros laicos que llenaban sus vidas vacías con vacaciones en la pobreza ajena». «Prefiero servirlos a mi manera/ que mandar con ellos a la suya» (W. Shakespeare)
David Trueba me enseñó, hace años, a «Saber perder». Ahora me ha descubierto que se guisa, con sabor a victoria, en un tour electoral.
