TIENES QUE MIRAR de Anna Starobinets.
por Ana Olivares
Un holocausto social.
Esta semana tratamos el tema de la pérdida. De cómo afecta a nuestra salud mental y de cómo afrontar un sentimiento tan complejo completamente solos, perdidos entre una sociedad que no quiere ver, que prefiere mirar a otro lado con tal de no sentarse a plantearse que existe un sinfín de posibilidades y matices de un mismo problema que no podemos meter en un mismo saco.
Hablamos del aborto en Rusia, de cómo nuestra autora experimenta la más absoluta desolación al descubrir en una ecografía que el bebé que espera tiene un defecto congénito incompatible con la vida. Posiblemente sea una de las experiencias más terribles a las que un ser humano se tenga que enfrentar. Sobre todo la madre, que nota cómo una vida crece dentro de ella, pero sabe que morirá al nacer, por lo que precisamente tiene que hacer ese sacrificio.
Anna Starobinets ha conseguido poner en jaque a la sociedad y a las instituciones gubernamentales que supuestamente deben garantizar nuestras necesidades vitales obligándonos a mirar frente a frente un problema que aún se considera tabú. Un problema del que apenas se habla, del que los pocos que opinan lanzan sobre él todo tipo de prejuicios autoaprendidos y autoimpuestos por ignorancia, creencias religiosas o simplemente por odio. A todas ellas que forman parte de la ecuación de terror que debe vivir nuestra protagonista las descubre; desgrana cada sentimiento que le provocan ahondando aún más en su pérdida y a la vez sirviéndose de ellas como impulso y fuerza motora de su investigación.
Habla abiertamente acerca de las diferencias entre el sistema sanitario europeo y el ruso. Al comparar los distintos protocolos de actuación médica en Europa, en concreto en una clínica holandesa con respecto a la parte rusa, en Moscú, donde Anna descubre que les aplican tratamientos y operaciones rutinarias que posiblemente en algunos casos de aborto ni siquiera sean necesarias. Y es que además, en Rusia a los padres no se les permite participar en este proceso, ya que no pueden entrar en la clínica ginecológica local, ni al hospital, ni asistir al parto y mucho menos ver al bebé muerto. Sin tener en cuenta que sin excepción alguna, todas las mujeres deben permanecer ingresadas unas dos semanas. Dos semanas de aislamiento, sola y soportando ese dolor que desgarra el alma. A parte, claro está, de las distintas prácticas abortivas que se van planteando, desde las más salvajes hasta la más humanizada, aunque carece realmente de “compasión por el feto” que sí con la madre, pero tan sólo a nivel fisiológico, ya que el efecto devastador psicológico que muchas de ellas van a soportar es indescriptible.
Acude a otras clínicas en busca de conseguir un aborto más humano para su bebé, al que ya llaman feto o defecto congénito. Mientras que unos médicos carecen de vocabulario apropiado para estos temas, deshumanizando a la madre y a su criatura tratándolo de feto, existen los que sí humanizan el proceso aportando cierto consuelo a esas mujeres que deben tomar decisiones traumáticas en pleno estado de shock. Pero existen muy pocos psicólogos especializados en el tema, ella misma acude a unos cuántos de manual, hasta que da con alguien que sólo trata ataques de pánico, pero que de alguna forma consigue ayudarla. Además, tenemos que destacar que los nombres que aparecen en la novela son de profesionales reales, quizá eso causó más polémica en Rusia que la propia historia de Anna.
Y es que se trata de la crónica de su propia pesadilla. En un intervalo de tres años conoceremos la ilusión y expectativas de una madre, la decepción y desolación que genera la noticia de la muerte anunciada de tu bebé. Al que has gestado y transportas en tu vientre, que sigue vivo y aferrándose a ti a pesar de que sabes que debes abortarlo porque no tendrá ninguna posibilidad de vivir. Ese luto y el túnel solitario donde te ves arrojada, ya que ninguno o casi ninguno de tus familiares y amigos desean hablar del tema. A ti te enferma que todos actúen como que no ha pasado nada mientras tú vives sumida en el dolor y la tragedia. Creo que de ahí el contundente título: tienes que mirar. Y es que todos tenemos que mirar, no sólo las mujeres que han sufrido esta pérdida o a quienes les interese el tema. Especialmente quienes tenemos que mirar somos nosotros, los que desconocemos por completo este tipo de enfermedades genéticas y la deshumanización global del sistema. Ni a wonder woman se le exige esa fortaleza inhumana necesaria para sobrevivir a esto.
Aunque lo verdaderamente alarmante de esta novela es que una vez que leas la historia de Anna ya no podrás mirar hacia otro lado. Es cómo el choque de las placas tectónicas de la Tierra; algo se ha movido dentro de ti, por mirar, por escuchar atenta y atento a una de las pruebas de vida más aterradoras que existen. Y pese a ello, resulta que nuestra autora finalmente nos da una lección de vida, ya que pese a que su bebé no sobrevive, ella sí lo consigue, tanto que incluso nos da esperanzas en alcanzar un futuro mejor. Desde luego, «Tienes que mirar» , tenéis que mirar.