El Invencible de Stanislaw Lem.
por Rubén J. Olivares
Lem siempre tuvo una intuición profética respecto a las nuevas tecnologías que acabarían implantándose, explorando con especial tino la cibernética y el papel que está tendría en el ser humano. No obstante lo que convierte a Lem en un autor atemporal es el hondo humanismo de sus obras a través de las cuales se sumerge en las profundidades de la condición del ser humano, lo que permite que su lectura siga siendo tan actual. Esta sensibilidad y capacidad de resiliencia que muestran sus personajes deja entrever la biografía de un autor que logró escapar del Holocausto nazi, sorteó la censura comunista como pudo y se enfrentó al status quo literario que dominaba la escena contemporánea del momento, logrando convertirse en un escritor de referencia dentro de la ciencia ficción, independiente, radical y crucial no sólo dentro del género de la ciencia ficción, sino de la literatura del s. XX y que se atrevió también con el ensayo a través de Summa Technologiae. En esta revista pudimos disfrutar hace tiempo de su talento a través de la lectura de Provocación. Bibliotecta s. XX.
El invencible asombra por su vigencia y nos cautiva desde el inicio. Lem nos presenta a una nave cogobernada por autómatas que dirigen al rumbo de la misma mientras sus tripulantes humanos hibernan en estado de estasis en espera de completar su viaje interestelar. A partir de aquí nos sumergimos, a través de una prosa nítida y veloz que centra nuestra atención en todo el procedimiento de aterrizaje que la nave lleva a cabo en un planeta desconocido, mientras la tripulación va retomando el control de la misma tras abandonar la hibernación, en un entorno desértico e inhóspito. Toda esta escena, así como los primeros pasos que los tripulantes van dando en Regis III tienen una atmósfera familiar que hemos asimilado a través de grandes títulos de ciencia ficción del cine. Tras su llegada al planeta, los tripulantes se adentran en un entorno desconocido, en el que las leyes físicas parecen no tener sentido y nos anuncian peligros futuros e incógnitas ante la aparición de reminiscencias de lo que parecía ser una civilización avanzada, restos de una ciudad que emerge entre las arenas del desierto en una superficie sin signos de vida, bañada por un océano que bulle de seres vivos esquivos ante la presencia de los seres de la superficie.
Lem sentó las bases de la representación del inicio de la aventura de ciencia ficción que posteriormente explotarían otros autores, tanto en la literatura como en lo audiovisual con la introducción de El invencible. Recordemos, sino, el inicio de la saga de Alien, especialmente Alien: Covenant, cuyas similitudes con la novela son bastante evidentes. Pero a diferencia de otros autores de ciencia ficción, tanto en novelas como en obras audiovisuales, Lem imprime una profunda exploración psicológica de sus personajes, así como de los escenarios en los que se mueven, llevando a los mismos hasta los límites de la novela de aventuras y ciencia ficción, para trasladarlos hasta la metafísica y las eternas reflexiones en torno al sentido de la vida, la muerte o los límites del deber y del sacrificio que otros autores no han logrado alcanzar. Todo ello sin perder ni un ápice de la acción y espíritu de aventura que esta épica odisea espacial posee, envuelta en una novela de aventuras espaciales en la que la atención se centran en un moderno Ulises, Rohan, segundo al mando del crucero espacial que deberá lidiar, no sólo con los peligros que acechan en Regis III sino con el comandante de la nave, Horpach. Ambos deberán limar sus asperezas y unificar fuerzas para hacer frente a las amenazas que Regis III les presentará a medida que penetren en el mismo, en busca de la nave gemela de El Invencible, El Cóndor. El planeta se haya dominado bajo una nube autónoma capaz de atacar a cualquier tipo de organismo, ya sea vivo o cibernético. Cuando Rohan y el resto de tripulantes de El invencible descubren el trágico destino de la tripulación de la nave gemela a la que han venido a auxiliar, reaccionarán con violencia y un cegador sentido de venganza contra aquello que parece ser la causa de su aniquilación. Lem nos presenta una de las primeras reflexiones filosóficas que sobrevuelan la novela: el afán destructor y violento que late dentro del ser humano y que le impulsa a aniquilar todo aquello que no puede comprender o subyugar. A medida que avanzamos por su lectura, Lem nos desliza de nuevo una segunda idea a través de las reflexiones de su protagonista quien, de alguna forma, ha logrado generar cierta inmunidad hacia los ataques de la nube autónoma que ha aniquilado al resto de seres con los que se ha topado: el ser humano no tiene el derecho ni el deber de dominar todo lo que habita en el universo, sino que quizás debería permitir la existencia de otras formas de vida, aunque puedan ser peligrosas para el mismo.
En la profundidad psicológica y su particular visión filosófica y ética, Rohan muestra una intensa determinación por cumplir los objetivos para hacer lo que debe hacerse, independientemente de que eso cuestione los planes iniciales o las órdenes superiores, evocando el recuerdo de otros personajes de ficción con profundas convicciones, como los de Joseph Conrad, aunque quizás sea Cooper, el protagonista de otra epopeya de ciencia ficción como Interstellar quién más se acerque a Rohan. “…Siempre nos hemos definido por la capacidad de superar lo imposible. Y contamos estos momentos. Estos momentos cuando nos atrevemos a apuntar más alto, a romper barreras, a alcanzar las estrellas, a dar a conocer lo desconocido. Contamos estos momentos como nuestros logros más orgullosos. Pero perdimos todo eso. O tal vez nos hemos olvidado de que todavía somos pioneros. Y apenas hemos comenzado. Y que nuestros mayores logros no pueden quedar atrás, que nuestro destino está por encima de nosotros…” se lamenta Cooper, en la película. Y es este espíritu el que guía los pasos de Rohan y de la prosa de Lem, el deseo de ser un pionero, un explorador, un conquistador de nuevas aventuras.