UA101349465-1

Fecha de caducidad de Darío Márquez.

k

por Rubén Olivares

Si hablamos de literatura contemporánea nos vendrán a la mente las novedades del momento, clasificadas de mayor a menor importancia. Una importancia que guarda relación con la capacidad editorial, la influencia o la visibilidad y la capacidad de promoción de ésta, dejando de lado a obras que escapan de esta órbita, lo que a menudo se traduce, con alguna que otra honrosa excepción, en el abandono de las obras de jóvenes autores o de aquellos que hasta la fechan eran inéditos. Algo que, si ya de por sí empobrece la visibilidad del abanico narrativo, se incrementa si hablamos de la poesía.

Por fortuna, el género poético se mantiene vivo gracias al papel de pequeñas editoriales o editoriales especializadas en poesía, la revitalización de premios o el auge del poetry slam, así como la difusión a través de las redes sociales de jóvenes poetas que conectan directamente con sus lectores. Gracias a ello, estamos asistiendo a uno de los momentos más prolíferos de la poesía en lengua castellana facilitando el encuentro de los jóvenes poetas con su público. Una muestra de lo comentado más arriba la tenemos en el primer poemario de Darío Márquez, ganador del premio poesía joven Antonio Carvajal, que podemos disfrutar de la mano de la editorial Hiperión.

El lector de “Fecha de caducidad” se sumergirá en una lírica que nos invita a realizar una retrospectiva por la vida con la que muchos nos sentiremos identificados, en un carrusel de recuerdos del pasado, vivencias del presente y elucubraciones sobre un futuro cercano, ofreciéndonos en las tres partes en las que se divide el poemario una obra que pese a tratar temas similares, jamás llega a parecernos monótona o dejarnos con la sensación de estar ante un déjà lu continuo. La obra se divide en tres partes, como las edades del ser humano, amplio y repleto de inocencia y nostalgia en la primera parte, robusto y con un tono más desencantado en la segunda parte y más breve y cubierto de una neblina de desengaño y decepción en la tercera.

Abre el poemario “Septiembre”, ese mes del verano que anuncia su muerte y que los escolares vivíamos con una mezcla de tristeza por volver al colegio y alegría por el reencuentro con los amigos. En esta primera parte nos adentramos en los recuerdos de la amistad, la vida en el colegio y los recuerdos de aquellas tardes de otoño en los que se forjó la complicidad y que ahora evocamos como un canto a los amigos. Los días de la infancia pasan entre el recuerdo de aquellos amigos que a menudo imaginamos, los recuerdos de las conversaciones entre adultos que apenas comprendíamos y las experiencias y desengaños que iban forjando nuestro carácter. También se evoca el recuerdo de esa relación tan especial que se forja entre abuelos y nietos, el dolor de experimentar el primer duelo ante aquellos que nos dejan, ya sean nuestros seres queridos, ya sea aquella tienda de golosinas que nos ofrecía sus tesoros por unas monedas, evocando en unos versos finales que la infancia es para muchos el mejor momento de nuestras vidas, repleta de inocencia, curiosidad, juegos y nuevas experiencias.

Lo cotidiano, la rutina de la vida adulta abren la segunda parte del libro, entrelazadas con la vida en pareja, el amor, el sexo y la pasión de los primeros años que van dando paso a una rutina plagada de monotonía en la que se evoca el recuerdo a la infancia, repleta de sueños y fantasías que han sido sustituidas por la nostalgia de un tiempo al que no podemos volver y que nos empuja hacia un futuro incierto. Los sueños de la edad adulta se vuelcan en evocar que recuerdos dejaremos a los que nos sucedan, mientras los vendehúmos que pueblan las relaciones adultas nos llenan la cabeza de fantasías que se deshacen como hojas caídas y marchitas.
La última parte del libro se abre con un poema que anuncia lo que nos espera: “Separación de bienes”. La soledad sustituye a los amigos y la pareja que nos acompañó para convertirnos en personajes de un cuadro de Edward Hopper, habitantes de un precioso y onírico mundo en el que sólo nos arropa la soledad, la melancolía y un aire nostálgico que penetra en nuestros pulmones e invade todo nuestro ser. Ya no nos queda nada más. Nuestros mejores recuerdos han sido barridos y la vida llega a su fin. Tan sólo nos queda despedirnos con el deseo entre los labios de poder vivir una vida al revés, en la que llegáramos con el sentimiento de decepción y decrépitos y pudiéramos despedirnos con la ilusión y la energía de un niño.

Un poemario que condensa el estilo de Darío Márquez, asentado en una lírica potente pero ligera, impregnada de una temática diaria que atrapa al lector por su cotidianidad. Un poeta del que esperamos volver a tener noticias en breve para seguir celebrando sus obras.

 

Fecha de caducidad
Share This