Juntos: un manifiesto contra el mundo sin corazón de Ece Temelkuran
por Rubén J. Olivares
“…Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.…”Walt Whitman – Canto a mí mismo
Si alguna vez han hecho un curso de literatura estadounidense o si son lectores de Whitman, quizás recuerden las primeras líneas de su poema “Canto a mí mismo”, un poema que personifica y condensa el estilo literario de este autor, un modelo de interconexión divina entre todos los seres y las cosas, que une como un hilo invisible sus poemas. Las siguientes líneas de su poema evocan aún más la relación simbiótica que establece entre la naturaleza y la humanidad, condensando en cada uno de sus versos la tradición trascendentalista de la Nueva Inglaterra del s. XIX: “Vago… e invito a vagar a mi alma. / Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra / para ver cómo crece la hierba del estío. / Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí, / de esta tierra y de estos vientos.” Esta escuela de pensamiento sostiene que un rayo de relación atraviesa y conecta a cada ser. Dentro de esta línea de pensamiento, un árbol no es sólo un árbol; la hierba deja de ser hierba y un ser humano no es sólo un ser humano, pues cada cosa existe en relación con las demás.
Existe una conexión intertextual entre el poema de Whitman “Canto a mí mismo” y el último libro de la periodista y escritora Ece Temelkuran “Juntos: un manifiesto contra el mundo sin corazón”, al menos para mí, que percibo en cada uno de sus capítulos el eco de las palabras de Whitman.
Leer ambos textos, escritos y publicados con siglos de diferencia y por personas tan dispares como Whitman y Temelkuran genera en mí la misma respuesta emocional que me invita a restaurar la fe en el ser humano, en el universo, en la posibilidad de alcanzar la felicidad, la posibilidad de celebrar el amor y la amistad aún dentro de un mundo dominado por el caos, la oscuridad y la violencia. Leer previamente a Whitman ayudará al lector de Temelkuran a comprender mejor la propuesta que esta autora turca nos plantea, un manifiesto de esperanza en la capacidad del ser humano de solucionar y hacer frente a los problemas que nos acucian como especie a través del apoyo mutuo y la solidaridad.
Si “Canto a mí mismo” nos transportaba a un viaje cósmico, pero anclado a tierra, individual al tiempo que colectivo que se extiende y encoge de manera perpetua, “Juntos: un manifiesto contra el mundo sin corazón” nos transportará desde los curtidos barrios de Estambul en los que sobreviven los excluidos de la sociedad turca, a los bazares rusos del norte de Turquía en los que, tras el desmoronamiento de la URSS, uno podía comprar cualquier cosa, para trasladarnos de nuevo a Estambul, donde Temelkuran comparte su tiempo con los recolectores de basura que sobreviven entre los desechos de lo que ya no queremos, pasando por una conferencia en Dublín en la que intercambia impresiones con los oyentes, entre otras experiencias que dan forma a un viaje a través de diferentes pueblos, naciones y modos de pensar a través del que descubrimos que todos formamos parte de la misma realidad.
Lo mejor de este libro es que, en lugar de alimentar la ira, la frustración, la rabia (que a menudo y con razón) dominan el mundo actual, Temelkuran lleva la conversación hacia un espacio de luz, lejos de la oscura realidad en la que vivimos. A través de sus páginas somos testigos de una crónica de la capacidad de resiliencia, de solidaridad y de ayuda mutua que las personas despliegan a lo largo del mundo en diferentes culturas y situaciones, pero con un mismo objetivo: convertir la ira y la devastación en la que a menudo vivimos en alegría e ilusión. Millones de personas comparten en sus redes sociales historias que nos devuelven la fe en el ser humano y en su capacidad de extraer lo mejor que tenemos como especie en los momentos más duros. Temelkuran nos demuestra que la esencia del ser humano es crear belleza, el deseo de compartir la alegría que nos impulsa a no rendirnos, a mantener la esperanza en cualquier situación. El mensaje que nos deja Temelkuran es que debemos abandonar la esperanza, porque esta es pasiva, y abrazar la fe en un sentido no teológico, sino espiritual: mantengamos la fe en nosotros y en los demás. Ese tipo de fe que nos transporta fuera de las iglesias construidas por el hombre y nos acomoda en un espacio centrado en la belleza y la fe en el ser humano. Lo fácil en un mundo como el nuestro es dejarse llevar por el pesimismo, abrazar el cinismo y el nihilismo, acomodarnos a la realidad en la que vivimos, ser actores pasivos que contemplan con desdén como el ser humano y la realidad que hemos construido se autodestruyen. Temelkuran nos invita a tener siempre en mente a Edmund Burke «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada», nos devuelve la fe en el ser humano, nos anima a abandonar el derrotismo, a iniciar pequeños cambios en nuestra vida y nuestro entorno que inoculen la esperanza en el otro a aquellos que tenemos cerca de nosotros.