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La divina probabilidad de los recuerdos extintos de Iury Lech

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por Rubén J. Olivares

La divida probabilidad de los recuerdos extintos de Iury Lech

La divida probabilidad de los recuerdos extintos de Iury Lech

Ser humano no es un trabajo sencillo. Es un proceso repleto de contradicciones, decepciones y desengaños salpicados con algunos momentos de felicidad. Llegar a conocerse es un trabajo introspectivo arduo, por el que pocas personas están dispuestas a pasar. La autoexploración de quiénes somos nos conduce a mostrar aquellos aspectos de nosotros que guardamos en lo más recóndito de nuestro ser, aquello que quisiéramos no dejar nunca libre. Nuestro ser se construye a partir de las experiencias que hemos tenido a lo largo de nuestra vida, las cuales, junto a los recuerdos que hemos acumulado, moldean nuestra personalidad. Pero los recuerdos son negativos de una fotografía: a medida que los evocamos vamos deteriorándolos, cambiándolos hasta que nos resulta imposible evocar aquello que realmente vivimos. Recordar es en parte imaginar, recrear lo que experimentamos rellenando los espacios vacíos con otros recuerdos para acabar dando forma a un recuerdo totalmente diferente a lo que realmente vivimos. Hasta la fecha, la memoria y la capacidad de aprendizaje era lo que nos había permitido sobrevivir como especie, adaptarnos a nuestro entorno, anticiparnos al futuro y prever las consecuencias de los desastres que podrían amenazarnos como especie. Ahora hemos alcanzando un nivel en el que recordar es algo superfluo: hemos externalizado nuestra memoria en distintos dispositivos y aplicaciones que recuerdan por nosotros. En un dispositivo al alcance de la mano podemos consultar el moderno oráculo que nos ofrece respuestas para todo: Internet. Distinto es que las soluciones que nos da resulten verdaderamente útiles.

Iury Lech, artista multidisciplinar de ascendencia ucraniana, es, además de escritor, videoartista, escultor sonoro y uno de los pioneros de la música electrónica y la escena audiovisual que emergió durante la década de los 80 en España. Entre sus últimas creaciones se halla la del cuadro cinético, creación artística de la que podemos disfrutar un esbozo en la portada de este libro. La historia que nos cuenta Lech, al igual que su autor, está repleta de giros y juegos literarios, referencias místicas y esotéricas, inventos en apariencia inútiles y creaciones culteranas para dar salida a aquello que en el lenguaje habitual no se puede expresar. Jekyll & Jill siempre se ha caracterizado – y esta vez no iba a ser una excepción – por el cuidado de las ediciones de sus libros y por ofrecer obras difícilmente clasificables para lectores poco comunes que, como modernos navegantes literarios, desean zarpar por mares literarios repletos de cíclopes y lestrigones en busca de nuevas aventuras que los conviertan, por un momento, en héroes que desean disfrutar de los retos literarios que nos ofrece esta editorial. La divina probabilidad de los recuerdos extintos, deja patente desde su título, que estamos ante una historia poco convencional. En ella nos adentraremos en la biografía de Wolef, a quién acompañamos a lo largo de un viaje mnemónico a través del mar de sus experiencias y recuerdos que están en continuo proceso de creación y de incertidumbre ante la posibilidad de que sucedan o no, sacudidas por aquellos recuerdos y experiencias que ya han ocurrido. Wolef inicia un viaje a través de sí mismo, una experiencia de autoexploración que trasciende el misticismo. Es un viajero por el espacio de su memoria que se contempla a sí mismo en un punto indeterminado del espacio-tiempo. A lo largo de esta novela breve llegamos a descubrir que Wolef es un compendio de aquello que piensan los demás junto a lo que el propio Wolef piensa de sí mismo, un caleidoscopio de probabilidades. Wolef es y no es al mismo tiempo. Como un moderno Fausto, Wolef se adentra en las tinieblas en busca de respuestas para preguntas que quizás no debería haberse planteado nunca y que lo adentran en un nebuloso viaje entre el olvido y la intensidad de lo recordado. Wolef, que observa el arte, emplea extraños artilugios a medio camino entre lo científico y lo esotérico, se propone iniciar un viaje por la historia sin alterar la misma. Wolef avanza a lo largo del tiempo con la seguridad de quien sabe qué debe haber un puerto en el futuro en el que atracar, al tiempo que mantiene su ancla en el pasado que abandona y convierte su futuro en su presente. El gran juego literario que nos plantea Lech es la confusión en la que se ve inmersa el narrador, incapaz de situarse entre la maraña de sus propios recuerdos. Una propuesta arriesgada que puede llevar al lector a perderse junto al protagonista de la historia, ante la cual la mejor postura es dejarse arrastrar por la erudición que despliega Lech en sus páginas y los juegos de artificios literarios que nos muestra, mientras tratamos de comprender el viaje de autodescubrimiento en el que se ha sumergido Wolef.

Choca lo intrincado de su planteamiento, las numerosas preguntas que pueblan sus páginas, adentrándose en lo absurdo y tenebroso, sin perder sus raíces con lo racional. Uno de los temas más interesantes que emergen entre sus páginas es el relacionado con la consciencia. Lech despliega su erudición entrelazando conceptos relacionados con la filosofía, la ciencia y el esoterismo para ofrecernos una espléndida disertación literaria.

Una compleja novela que nos desafía y plantea un juego continuo. ¿Quién es el narrador de esta historia? Es un enigma que nos planteamos desde el inicio de esta obra, pero que pronto abandonamos para unirnos a la búsqueda personal de Wolef, un Rodión Raskólnikov contemporáneo que ha entendido, como éste, que la vida es absurda, pero que no por ello va a dejar de buscarle un sentido, aunque sea a través de los recuerdos con los que trata de dar forma a su pasado. Nunca acabamos de entender del todo a Wolef y su particular cruzada, pero si entendemos el placer literario que nos ofrece Lech con su discurso directo y en constante movimiento.

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