El salón de pachinko de Elisa Shua Dusapin
por Rubén J. Olivares
En la película “Lost in traslation” de Sofia Coppola, desde el inicio de la misma nos sumergimos en el encuentro breve y desesperado de dos personas perdidas en el extranjero que anhelan la compañía de alguien que les comprenda mínimamente; ninguno de los protagonistas sabe quiénes son realmente ni qué están haciendo en aquella ciudad extranjera, pero ambos tratan de seguir adelante. Esta película nos hace sentir incómodos por momentos, pues nos pone en la piel de alguien que padece la soledad y la falta de comunicación al hallarse en un país extranjero del cual no conoce ni sus costumbres ni su lengua. Como en esta película, la novela de Elisa Shua Dusapin, “El salón de pachinko”, transcurre en un Tokio hostil, no tanto por la ciudad o sus habitantes, sino por la sensación de extranjera inadaptada que la protagonista siente a lo largo de la misma. Claire, la protagonista de la novela, tiene 30 años y ha llegado desde Suiza a Japón para visitar a sus abuelos coreanos, quienes tras la guerra de Corea se trasladaron a Tokio en busca de un nuevo futuro. El objetivo de Claire es visitar a sus abuelos y acompañarlos durante sus vacaciones a un breve viaje a su patria natal, antes de que les sea imposible por la edad de éstos. Lo que en principio debía ser un viaje de placer, una aventura para conectar y redescubrir los orígenes de su familia, va convirtiéndose poco a poco en una incómoda visita: Claire ha crecido a caballo entre Suiza y Japón, y es capaz de hablar con fluidez tanto francés como japonés y de desenvolverse con naturalidad bajo los códigos culturales de ambos países, pero sus abuelos insisten en mantener lo único que les queda de su antigua patria, el idioma y la cultura coreana, algo que Claire hace tiempo olvidó en su Suiza natal, lo que le impide comunicarse con fluidez con éstos, limitando la comunicación a breves palabras, gestos y muecas.
Lo único que les mantiene unidos es el juego, como el Monopoly en la versión suiza de Claire, el cual se convierte en un vehículo para acercar a ambas generaciones, rompiendo tanto la brecha generacional como cultural que separa a abuelos y nieta. La abuela acusa los estragos de la vejez y ha empezado a dar síntomas de padecer demencia, rodeándose de figuritas de Playmobil en un extraño juego ritual que le ayuda a estar entretenida, mientras que el abuelo sigue gestionando el pequeño salón de pachinko que abrieron cuando llegaron a Japón. Aunque éste ha visto días mejores, aún permite al matrimonio llevar una vida digna. Claire, por su parte, ha establecido una relación de amistad con una alumna a la que da clases de francés para obtener un sobresueldo y huir de la atmósfera de incomunicación que vive con sus abuelos, la pequeña Mieko que se convierte en una suerte de hermana menor. A través de ella Claire logra derribar las barreras de comunicación y cultura que la mantiene separada de sus abuelos, permitiéndole escapar, aunque sea brevemente, de la soledad que experimenta en este país extranjero.
Ninguna de las dos amigas, Claire y Mieko, se sienten integradas en su entorno familiar, el cual les resulta profundamente ajeno, lo que les genera un profundo sentimiento de desapego y desasosiego, pues, ¿qué puede ser peor que sentirse un extraño dentro de tu propia familia? Ninguna de ellas ha logrado tener una identidad propia que les permita ser ellas mismas, sino que se mueven en un juego de múltiples personalidades que interpretan en función del momento y las personas con las que estén. Para sus familias son extrañas que no logran encajar con las expectativas que éstas tenían sobre ellas y solamente a solas han logrado construir un espacio donde poder expresarse como son.
Esta sensación de deriva, de no encajar en ningún lugar, recoge la esencia del sentimiento experimentado por Claire, quién vive bajo la eterna sensación de ser una extranjera entre los suyos, pese ser parte de la familia, lo que le hace sentir que vive entre dos mundos sin llegar a pertenecer a ninguno: no es japonesa, ni coreana, pero tampoco llega a sentirse completamente suiza. Claire está embarcada en un barco que va a la deriva entre dos puertos, pero nunca llega a atracar en ninguno. Claire transita entre su Suiza natal, la Corea de sus abuelos y el Japón de su madre sin llegar a ser parte de ninguno, pues para ellas son la misma realidad.
En este sentido, el pachinko se convierte en una metáfora perfecta sobre la vida de Claire, quién intenta desesperadamente forjarse una identidad propia. El viaje que Claire tenía en mente como un homenaje a sus abuelos se convierte en una apuesta más de la partida a la que Claire lleva tiempo jugando desde que llegó a Japón. La partida se inició desde que ésta partió de Suiza rumbo a Japón y ahora Claire, como los jugadores de pachinko, sólo puede dejarse arrastrar por los acontecimientos y el azar. La historia transita entre la casa de los abuelos de Claire, las clases y momentos compartidos con Mieko y las visitas esporádicas al salón de pachinko, situando en a Claire como una espectadora que contempla el desarrollo de su propia vida desde la distancia, desconectada totalmente de Tokio, sus abuelos y el del resto de personajes de la novela, lo que refuerza el sentimiento de soledad y enajenación de la novela.
“El salón de pachinko”, es una novela con toques de tragedia y una profunda carga emocional en la que nos sentimos arrastrados por la soledad, la incomunicación y falta de arraigo emocional que la protagonista siente, sumergiéndonos de lleno en una extraña paradoja en la que su protagonista se halla inmersa al tratar de disfrutar de la compañía de sus abuelos y regalarles la oportunidad de reencontrarse con sus raíces en un viaje hasta Corea del Sur, que la acaba llevando a un viaje de soledad, incomprensión y cuestionamiento de las relaciones afectivas que mantiene con su entorno. La novela es un inmenso ejercicio de reflexión sobre las relaciones afectivas y las conexiones emocionales que mantenemos con los otros, un retrato crudo y descarnado de lo superficial que pueden llegar a ser estas y como, pese a ello, nos agarramos a éstas para no hundirnos totalmente en la soledad. “El salón de pachinko” es un ejemplo de la maestría lírica que la escritura de Elisa Shua Dusapin posee, llena de sensibilidad y sinceridad, que da lugar a una historia tierna y emotiva, no exenta de oscuridad.