Llegó con tres heridas de Violeta Gil
por Rubén J. Olivares
Todas las familias guardan secretos que permanecen ocultos durante generaciones, vergüenzas que deben ser olvidadas y sepultadas para que los pecados de los padres no sean pagados por tres veces por los hijos. Pero el pasado, lo que ocultamos, a menudo emerge, alza su voz desde el sepulcro en el que creímos sepultarlo y vuelve para recordarnos que sólo aquello que somos capaces de asimilar e integrar en nuestra vida puede ser verdaderamente superado. Llegó con tres heridas es un libro de una sinceridad sobrecogedora, pese a estar forjado a partir de las conjeturas, los silencios ajenos de aquello que no puede ser nombrado y los ecos de un pasado que emerge hasta el presente. Gil se adentra en la maraña de oscuridad, olvido y mentiras que su familia tejió durante años para ocultar un hecho que consideraban demasiado vergonzoso y escabroso. Gil nos demuestra la necesidad de liberarnos de las cadenas que nos atan al pasado y que nos marcan en el presente.
Estamos ante un texto conmovedor, que huye de emociones superficiales. Un diario íntimo que te abraza poco a poco, hasta sumergirte en una historia tan personal, que acabas sintiéndote identificado con la misma, como si tú fueras su protagonista. En todas las familias habitan secretos que preferimos mantener ocultos, en esta historia también y por eso es imposible no sentirse parte de la misma. Estamos ante un libro comprometido con la literatura, que busca dar lo mejor de su autora, condensando su talento literario entre sus páginas, sin olvidar el pasado en blanco y negro, de olor a naftalina, alcanfor, sotanas y sermones moralistas impregnado de un catolicismo rancio y ultraconservador que niega el descanso eterno a quién no considera digno y que pone de relieve un hecho social que siempre hemos ocultado en este país: la gente se suicida, ponen fin a su vida por diversos motivos y ocultarlo no ha aportado más que dolor a sus familias. A través de este trágico suceso, Gil nos invita a repasar la historia reciente y el pasado más cercano de nuestro país, con sus claroscuros y sus intentos de dejar atrás un pasado que algunos añoran más por idealizado que por real, para poner de relieve los grandes avances sociales que hemos ido forjando: la ley de memoria histórica, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la ampliación de derechos de las mujeres, etc.
Gil nos invita a adentrarnos en una historia contra el olvido. Desde el inicio de la obra hasta el final recorremos un museo personal en el que somos testigo de esta peculiar exposición que es la herida privada que marcó a su protagonista y que no ha logrado cerrarse con el paso de los años, porque no se supo curar, porque hay un tipo de sangre que no cicatriza y que sigue discurriendo por la herida abierta y esto es lo que encontramos en esta novela, una sala llena de recuerdos, de evocaciones, de susurros y murmullos con los que revelar lo que se ocultó, un museo que es una oda al dolor de aquellos que perdimos y sobre los que no se habla.
Gil transita por sus páginas en busca de una liberación, una catarsis, una revelación que la reconcilie con el pasado. Con un ritmo pausado, que no debemos confundir con aburrido o denso, nos adentramos en un una minuciosa y detallada reflexión sobre una mujer que, pese a estar marcada por una orfandad paterna temprana, anhela la felicidad y la alegría en su vida. Una mujer que no teme desempolvar las memorias de una familia no siempre ejemplar, repleta de fatídicos recuerdos. Gil construye una oda a la liberación, un canto de reconciliación, de diálogo con los muertos, de búsqueda, de soltar las amarras que nos atan a un pasado que pertenece a otros y por el que no debemos seguir pagando. Gil aporta luz a la oscuridad con la que la familia de la protagonista había cubierto el suicidio paterno, un exorcismo con el que liberarse de los fantasmas que amenazan nuestro presente.
Llegó con tres heridas atrapa en un abrazo de empatía a quien se acerca a sus páginas. Es difícil resistirse a la naturalidad con la que la autora nos muestra la trágica historia del pasado familiar de la protagonista de esta novela, difícil no emocionarse con el desnudo sentimental del que somos testigos. Entre sus páginas se ocultan preciosos versos enmarañados en la prosa de Violeta Gil que nos desvelan el alma de una poetisa que tímidamente nos despliega sus poemas, sin abandonar en ningún momento el estilo narrativo de la novela. Digno de alabar ser capaz de evocar palabras tan bellas, recuerdos tan emotivos que todos compartimos, sin dejar de otorgarnos una hermosa novela de reconciliación entre un padre ausente y una hija.
Esta gran novela deja una honda huella emocional. En ninguna página habita la ausencia del recuerdo, entre sus palabras emerge el eco, la sombra de lo ausente con quien se establece un intenso diálogo, pues Llegó con tres heridas es un extenso poema sobre el duelo, sobre el viaje que realizamos para llenar la pérdida de aquellos a quienes extrañamos. Hay que tener una valentía especial para lograr transformar el dolor en celebración, en una fiesta con la que abrazamos y buscamos el perdón mutuo con quienes no están, algo que Violeta Gil logra con este libro.