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Arde ya la yedra de Gonzalo Hidalgo Bayal

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por Elena Cruzado

Arde ya la yedra de Gonzalo Hidalgo Bayal

Arde ya la yedra de Gonzalo Hidalgo Bayal

Para una apasionada del lenguaje como quien se esconde detrás de estas líneas, «Arde ya la yedra» es una auténtica joya. Gonzalo Hidalgo Bayal ha escrito un libro sobre el proceso de escritura que es un homenaje en sí mismo a la riqueza de nuestra lengua en todas sus formas.

«Arde ya la yedra» acompaña a un aburrido joven de veinticuatro años que acaba de sufrir un desencuentro amoroso y que, preso de la apatía y el aburrimiento estival, se propone participar en la convocatoria de un prestigioso premio de novela. Falto de inspiración, recurre a su afición por los juegos lingüísticos —con especial énfasis en la palindromía— y a la observación de un grupo de chicas que se reúne cada mañana en la orilla del río y que pronto se convertirán en sus musas.

Basta leer un par de páginas para darnos cuenta de que estamos ante una obra en la que todo el protagonismo recae en el poder del lenguaje. La escritura de Hidalgo Bayal es exquisita y explora sin miedo los juegos lingüísticos y su aplicación en la construcción de un texto. La formación en filología románica del autor y su indudable devoción por las letras se traduce en un texto tan magistral que roza lo académico, sin perder la cercanía que consigue transmitir al lector a través de un protagonista tan analítico como diligente.

La novela está dividida en dos partes totalmente diferenciadas. En la primera asistimos al propio proceso de escritura que atraviesa nuestro protagonista, del que solo conocemos el pseudónimo elegido para firmar su obra, Bustrófedon. En ella, Hidalgo Bayal aborda la búsqueda de la inspiración en el entorno, la correlación existente entre realidad y ficción en el proceso creativo y el discurrir de la trama que poco a poco se va creando. Esta primera parte está plagada de juegos lingüísticos que, reconozco, me llevaron a buscar palíndromos hasta debajo de las piedras. Y también, a intentar crearlos, ardua tarea que me ha hecho ensalzar aún más a Gonzalo Hidalgo Bayal.

En la segunda parte dejamos atrás el proceso de escritura propiamente dicho para entrar en un mundo tan atractivo como temerario para los escritores aficionados —y también muchos profesionales— como es el de los concursos literarios. Reconozco que en este punto ya estaba totalmente metida en la historia y, en un principio, eché de menos las referencias a las númenes que sirvieron de inspiración para crear la novela de nuestro Bustrófedon. Pero sin darme cuenta me vi sumida en esta otra historia y sus locos personajes, claros estereotipos de los participantes —escritores novatos y recurrentes— en certámenes literarios, y de otros agentes que intervienen en ellos —jurado, representantes políticos, etc.

«Arde ya la yedra» es una novela que requiere cierta exigencia lectora, pues su prosa no es exactamente fluida. Aunque está estructurada en capítulos cortos, carece de diálogos y su lenguaje es tan pulcro como formal en la mayoría de sus páginas. Es una lectura pausada, en la que vale la pena detenerse para ahondar en las figuras y en los juegos que nos regala su autor. Si eres como yo, que amo cada coma —guiño, guiño— lo disfrutarás con total certeza.

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