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Cómo bestias de Violaine Bérot

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por Rubén J. Olivares

Cómo bestias de Violaine Bérot

Cómo bestias de Violaine Bérot

“Como bestias”, de la francesa Violaine Bérot parece una novela en principio breve y asequible. Un relato corto que podemos leer en el transcurso de una plácida tarde si disponemos del tiempo y las ganas de dedicarle nuestra atención. Pero, como los mejores relatos e historias, una vez que comenzamos su lectura se nos desvela que estamos ante una obra que no busca necesariamente entretener al lector con una lectura sencilla y edulcorada que transcurra en un paraje bucólico como perfectamente podrían ser los Pirineos Franceses donde se ambienta esta historia. “Como bestias” es una novela breve, cierto, pero que deja una profunda huella emocional y nos invita a reflexionar sobre lo que hemos leído, pues la trama de la misma no dejará indiferente a nadie que se acerque a la novela.

En los aislados montes de una pequeña aldea situada en el ficticio valle de Ourdouch –que bien podría ser cualquiera aldea del pirineo- viven una madre y su hijo, un peculiar joven al que sus vecinos apodan “el Oso” por su corpulencia y tamaño, lo que le convierte en un chico con una fuerza descomunal para su edad. El chico, además, es señalado por el resto de la comunidad como “discapacitado” o “medio bobo” ante la aparente incapacidad de éste de hablar –o al menos de desear manifestarse mediante la palabra-, lo que lo convierte oficialmente en “el bicho raro” de la región. Aunque la convivencia entre la familia y los aldeanos podría ser mejor, lo cierto es que el chico y su madre parecen llevar una vida tranquila en la aldea, manteniendo una relación de vecindad apacible, en la que se ayudan mutuamente como suele ser en este tipo de ambientes agrestes en los que la necesidad obliga a la cooperación y solidaridad de sus miembros. No obstante, esta calma se interrumpirá de súbito cuando se revele que el chico está cuidando de una pequeña a la que parece que tenía escondida en una escarpada gruta, a la que en la zona apodan como la gruta de las hadas porque piensan que allí viven éstas, lo que acaba despertando todo tipo de especulaciones y acaba provocando que lo arresten ante el temor de que haya podido secuestrar a la niña o acabe haciéndole daño. A partir de aquí las especulaciones se suceden una tras otra, ¿Quién es la niña? ¿De dónde ha surgido? ¿Cómo ha podido cuidar de ella un chico que se supone es incapaz de cuidarse a sí mismo? ¿Por qué nadie la ha reclamado?

Iniciamos una historia a medio camino entre la novela y la fábula en la que se intercalan los testimonios de diversos aldeanos, la madre y excursionistas que tuvieron algún contacto con “el Oso”, la familia y su entorno. Mediante un interrogatorio que intuimos policial, en el que sólo podemos leer los testimonios que cada personaje da a unas preguntas que realmente no conocemos, planteadas por una voz externa ausente en la narración, vamos adentrándonos en la reconstrucción de los hechos que Bérot nos narra, bajo un ritmo vertiginoso que dota de agilidad al relato y facilita que este avance sin esfuerzo. Cada capítulo es el relato, el testimonio de un aldeano que aporta su propia versión de lo que conoce de esta historia, de manera que a medida que vamos avanzando en la lectura de la novela vamos sumando testimonios que van configurando la intrahistoria del enigma que sobrevuela toda la novela: ¿Quién es esta niña y de dónde ha surgido?. A ello se suman los coros de voces del grupo de hadas que parece cohabitar con los aldeanos en la región, que como un apuntador, van perfilando y detallando los testimonios que leeremos tras su intervención, preparando a lector para lo que va a leer. Ambas narraciones, por un lado el testimonio derivado del interrogatorio policial y por otro las voces de las hadas se intercalan con maestría para dar forma a un relato que mezcla el folclore local con las tragedias y horrores que el ser humano guardan, pues cuando finalicemos la lectura del libro acabaremos comprendiendo que los mayores monstruos son aquellos con los que cohabitamos y llamamos vecinos, no aquellos seres que inventamos para explicar lo que parece no tener sentido –las hadas- ni a quienes señalamos como peligrosos por ser diferentes.

Bérot construye una fábula sobre la discriminación a aquellos que son diferentes a nosotros y la incapacidad que a menudo mostramos de tratar de comprender a quienes tienen una visión distinta a la nuestra. Como en “Frankenstein” de Mary Shelly, el monstruo no es quien identificamos como tal, sino aquellos que son como nosotros; que a través de nuestra incomprensión, falta de empatía e incapacidad de aceptar las diferencias obligamos a aquellos que no acaban de encajar con el modelo de ciudadano que la sociedad nos impone, a aislarse de la comunidad en defensa propia. Una historia sobre la vulnerabilidad y la seguridad que sólo alejándonos de la sociedad parece que podemos encontrar en la naturaleza. Un relato sobre las bestias que duermen agazapadas entre nuestros semejantes, capaces de cometer los actos más crueles que no dejará indiferente a ningún lector.

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