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El asedio animal de Vanessa Londoño

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por Rubén J. Olivares

El asedio animal de Vanessa Londoño

El asedio animal de Vanessa Londoño

Las guerras siempre se cobran un macabro precio que deben pagar aquellos que no la deseaban y que esta se cobra con sus vidas. Londoño empezó a escribir “El asedio animal” cuando el gobierno colombiano inició las conversaciones con la guerrilla para iniciar el proceso de paz, finalizándola cuando el nuevo gobierno de Iván Duque decidió poner fin al proceso, avanzado actualmente con cierto grado de desigualdad, movido entre la esperanza de poner fin al conflicto y la desconfianza de aquellos que creen que no se logrará alcanzar la paz si todas las partes no están dispuestas a ceder en sus pretensiones.

Este clima de incertidumbre ante la violencia y el deseo de poner fin a la misma, esta etapa de transición histórica que atraviesa Colombia acabó condicionando el desarrollo de la novela de Londoño, dando lugar a un escenario indeterminado en un país que perfectamente podría ser Colombia en el que sus personajes se ven envueltos en un aura de violencia de la que no pueden escapar, pues acaban siendo víctimas de aquellos que ostentan el poder mediante el terror. Ninguno de los protagonistas de estas cuatro historias que conforman “El asedio animal” es capaz de comprender el terror al que se ven sometidos, ni llegan a poder desarrollar una vida plena, convertidos en fantasmas en eterna huida de aquellos que los acosan y someten, expulsados de sus vidas y de su entorno.

“El asedio animal” es el relato ficticio de cuatro personas que viven en la región de Hukuméiji, lugar en apariencia paradisíaco de una preciosa Colombia que los conflictos armados convirtieron en un infierno, en la que sus protagonistas sobreviven sacudidos por la miseria y la violencia que aquellos que tiene algo más de poder ejercen sobre los más desfavorecidos. Allí, cerca del mar Caribe, habitan mujeres y hombres con cuerpos mutilados por la violencia despiadada que el poderoso ejerce sobre el más débil porque sí, porque pueden. En Hukuméiji la lluvia arrastra animales, plantas y cadáveres, pero también recuerdos, recuerdos de las penurias que sus habitantes sufrieron y padecen como una maldición, el castigo de ser pobres y hallarse en medio de un conflicto violento que parece no tener fin, de ser los nadie en una tierra en la que los derechos humanos se han olvidado hace tiempo. Este territorio ficticio, trasunto de una Colombia bajo la violencia del conflicto armado, es la escenografía en la que los protagonistas de “El asedio animal” toman forma de la mano de la escritora colombiana Vanessa Londoño en su debut literario.

En este lugar húmedo y seco -es la magia de la literatura- que nace junto a un río y que se extiende hasta las montañas, se suceden como relámpagos las cuatro historias breves que componen esta obra. Allí, lo inenarrable se vuelve narrativa y a través de la prosa se convierte en denuncia, que remueve nuestras conciencias y denuncia los horrores de los nadie, de aquellos que sufren horribles castigos que se traducen en mutilaciones que marcan sus cuerpos, para dar voz mediante la ficción a todos aquellas personas que padecieron el horror de la violencia en sus vidas y que no encontraron a nadie que les diera su apoyo.

En Hukuméiji, una joven mujer, apenas aún una niña llamada Yarima trata de huir del terror que un depredador sexual ejerce sobre la aldea, violando sistemáticamente a las jóvenes del lugar que han alcanzado la pubertad, en una especie de macabro derecho de pernada, amparado en el poder que la violencia paramilitar le otorga. La protagonista tratará de huir de su destino, pero finalmente será alcanzada por el verdugo del caudillo local quien le cortará la lengua para que nadie sepa que no entregó su virginidad a éste.

Allí también encontramos a una joven pareja que anda buscando a una india capaz de leer las manos pero que se ha especializado en la lectura de muñones ante la cantidad de clientes que carecen de éstas. A medida que avanzamos en su historia descubrimos que la protagonista fue mutilada horriblemente por un grupo de justicieros locales que la sentenciaron sin más pruebas que una falsa acusación de robo a sufrir la amputación de sus manos, siendo testigos de sus sensaciones pasadas y presentes en las que, como otros mutilados, lidia con la sensación de tener un cuerpo completo.

En este territorio también encontramos a un joven soldado que tras los horrores de la guerra descubre aún con mayor horror que las tierras que su padre consideraba suyas han sido la causa de que éste caiga en la locura, tras descubrir con estupor que los papeles que guarda en una sencilla caja metálica de galletas no valen nada, lo que empuja al mismo a la desesperación.

Bajo el sol y el rumor de las aguas del Caribe, el pequeño Alaín cae preso de los deseos de un macabro escritor pedófilo que ejerce el control en la región y que, en parte como pago a los desafíos de su madre que retó el orden natural que éste estableció para los indígenas, purga con su cuerpo los pecados imaginarios de su madre. Ésta también ha sido presa de la particular justicia que este escritor imparte, pues le han amputado ambas piernas por atreverse a usar botas para proteger sus pies, algo prohibido a los indios en esta zona.

Londoño ha escrito un libro sensible, poético y necesario para traernos de vuelta la memoria de los cuerpos que han padecido el horror, de las voces de miles de personas que sufrieron – y sufren – el terror que sus congéneres les provocan, una denuncia literaria para no olvidar a las miles de víctimas que padecieron esta represión frente a los verdugos que pretenden reescribir, ignorar o borrar estos hechos. Londoño hace suya la mirada de una región devastada por la barbarie enorme que provocaron los choques armados entre el Estado colombiano, las guerrillas y los paramilitares y el pequeño terror que los caudillos locales ejercieron sobre la población más desfavorecida, el pequeño universo de terror que aún vive en la memoria de un país consciente del infierno que vivió y que aún trata de recuperarse de esta terrible realidad.