La ciudad prometida de Valentina Scerbani.
por Vanessa Díez Tarí
La humedad engulle la casa y a las mujeres que la habitan. Las hermanas de su madre ya como arpías voraces sobreviven en aquel angosto páramo. Consumidas entre cuatro paredes. La lluvia incesante del árido invierno. Mojadas a cada tarea y arrebujadas por el viento.La cordura juega con las mujeres de aquella casa. La oscuridad húmeda del invierno y la lluvia que nunca termina. Dura vida de soledad. Apartadas. Gritos de angustia. Frustración. Muerte. Tiempo perdido que no volverá. El femenino desangrándose. La enfermedad.
Ileana se ve obligada a marchar de casa en casa, perdida sin su madre. “La ciudad prometida” de Valentina Scerbani es el desgarro de la ausencia materna. El dolor del abandono. La madre enferma y viendo qué el fin es próximo intenta que su hija quede en buenas manos, pero sus hermanas qué nunca fueron santas de su devoción no serán amorosas receptoras, si no que se cobrarán las deudas del pasado. Marcando una herida más honda de tristeza en Ileana ante los horrores que es obligada a presenciar. Sin dejarla visitar a su madre. Rodeadas de escasez y anegadas de agua que sin control arrasa con el entorno, provocando daños en animales y en personas.
Codruta es la única niña que encuentra en aquella casa, su enfermiza prima. Algo de ternura entre tanta amarga demencia. Sus tías perdieron la ilusión hace tanto tiempo, en otra vida una fue abandonada por un hombre que la embarazó y la otra de hombre en hombre. Aisladas en aquel recóndito pueblo eran señaladas y llevadas entre lenguas por su mal vivir. Ellas estaban dispuestas a hacer lo necesario y cobrarle todas juntas a la vida, aunque fuera a costa de una chiquilla. Ileana no tiene un vínculo afectivo con sus tías, su madre la mantuvo apartada de ellas. María y la Otra, es significativo que la tía desgraciada tenga un sobrenombre despectivo. La lucha de Ileana en aquella casa es frente a María. Su tía como fiera salvaje saca uñas y dientes para tener lo que quiere. Ni amabilidad ni dulzura. Hasta le escupe verdades hirientes sobre el abandono paterno. Y se pone los vestidos de su madre sin preguntarle siquiera. Toma posesión de cada resto. Así Ileana se aísla en su habitación y juega con el frío viento y desea que venga su madre, pero ante cada desgracia también se repite menos mal que no vino mi madre. Los recuerdos la ahogan en una honda tristeza. Valentina Scerbani clava el cuchillo en la herida y nos regala una profunda protagonista que en el delirio del dolor lucha por sobrevivir ante todo. Además de ofrecernos un personaje más, el salvaje paisaje en el que habitan, indomable e impenetrable, que doblega a las almas que se arriesgan a dejar allí su vida. Deliciosas descripciones. Autora muy recomendable.