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La luz difícil de Tomás González

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por Lara Vesga

La luz difícil de Tomás González

La luz difícil de Tomás González

Nadie nos enseña a morir. Quizá por eso, en muchas ocasiones, no sabemos vivir. Jacobo ha decidido que no quiere seguir vivo ni un minuto más. Un accidente le dejó parapléjico y las secuelas son unos dolores tan fuertes que le hacen la vida insoportable.

Pero esta historia no está narrada desde el punto de vista de Jacobo, sino que la cuenta David, su padre, un pintor que a causa de una ceguera galopante se ha visto obligado a cambiar el pincel por la pluma, y que escribe, muchos años después, ya desde la vejez, sobre la conmoción personal que supuso la pérdida de su hijo mayor.

Publicada en 2011, se reedita en España La luz difícil, la sexta novela y posiblemente la más conocida del autor Tomás González (Medellín, Colombia, 1950). De una forma íntima y serena, el protagonista rememora el día de la eutanasia practicada a su hijo como si hubiera sido ayer, pese a las casi dos décadas transcurridas. Por momentos le asalta el dolor, que, aunque mitigado por el tiempo permanece latente, y se ve obligado a hacer pausas en la narración para hablar del día a día en su casa de la tierra natal a la que regresó, y que transcurre tranquilamente junto con su asistenta y su jardinero.

Así, narrada en dos tiempos, el autor nos lanza y nos trae de vuelta del pasado para hablarnos de su vida junto a su esposa Sara y sus tres hijos en Estados Unidos, antes de que ocurriera el accidente y después. A través de capítulos cortos, González nos desplaza continuamente de tiempo y lugar, aunque siempre regresando a la habitación de su casa de Nueva York donde él y su familia esperan la llamada que anuncie el final, mientras trata de terminar un cuadro en el que se refleje el efecto de la luz sobre el agua del mar, como sin en ello le fuera la vida a él y a su hijo.

Conmovedora sin llegar al dramatismo, profunda y perfecta en su sencillez, La luz difícil es un libro necesario para reconciliarse con la vida, para aprender a dejar ir y para sanar mediante los placeres cotidianos más sencillos, iluminados siempre por el resplandor que dejan los seres queridos.