Lloro porque no tengo sentimientos de Bárbara Mingo
por Lara Vesga
Cuenta la autora Bárbara Mingo (Santander, 1978) en su nuevo libro que su amiga Ana, profesora, se acercó en el recreo a un niño desconsolado que le dijo: “Lloro porque no tengo sentimientos”. Cuando su amiga se lo contó, dice la autora que pensó que ella llora por lo mismo y que la única diferencia es que le saca treinta años al niño. “Pero por algún lado hay que abrir la grieta”.
Y precisamente de eso va este libro, de abrir grietas en la realidad. Porque una cosa es ver y otra muy distinta es mirar. Y la mirada de la periodista, escritora y poeta Bárbara Mingo es única, altamente perspicaz y está centrada en lo cotidiano, para sacarle todo el jugo que la falta de atención por el trasiego diario nos impide observar. Pero a ella le sale solo ser original y, como dice Daniel Gascón en el prólogo, le sale solo convertir la rutina en una novela de aventuras.
«Lloro porque no tengo sentimientos» recoge una colección de artículos de Bárbara Mingo publicados originalmente en los últimos años en las revistas Letras Libres y El Estado Mental y en el blog Especies de despieces. Todo es reconocible pero, gracias a una vuelta de tuerca, a la vez nuevo, en las historias que cuenta la autora. La curiosidad de Bárbara Mingo es muy contagiosa y nos lleva desde una importante misión para recuperar un gurruño de ropa tendida que ha formado un vendaval hasta el hallazgo de unas fotografías de un “jovencillo escuchimizado” en una tienda de cachivaches de la estación de autobuses de Vilna, excusa para teorizar sobre su posible vida y obra, pasando por el amor a primera vista con Sebastián, un perro abandonado que hace de guía improvisado en la plaza de toros de un pueblo.
Bárbara Mingo le saca lustre a la vida como un limpiabotas afanado. Nos abre los ojos para que podamos ver cómo vivimos y cómo podríamos vivir. Nos insta a darle la vuelta a lo mirado y a valorar la importancia de los recuerdos, los sueños, las compañías inesperadas y las charletas circunstanciales. Y de una manera disparatada pero profundamente sabia, nos ofrece la desorientación como la mejor de las guías, porque como ella misma explica, “el laberinto lo provoca la búsqueda de la salida”.