Mientras alguien nos recuerda de Carmen Conde Veiga
por Javier Velasco Martín
‘Nunca imaginó que, quince años después de ser nombrado director del Instituto Mental, iba a aceptar sobornos a cambio de permitir que encerrasen a personas que no sufrían ningún trastorno, pero esa era la cruda realidad. El mundo estaba podrido y él formaba parte de esa podredumbre’.
El agente Muñoz cumple un mes en la Brigada de Investigación Criminal debido al temor de defraudar a su padre, Arturo Muñoz, quién no llegaba a ver con muy buenos ojos que su hijo quisiera dedicarse al fotoperiodismo.
Un día, en la comisaría de Via Laietana reciben una llamada de alerta del director del Instituto Mental de la Santa Cruz alertando sobre el hallazgo del cadáver de la hermana Natividad, la responsable de los pabellones femeninos, de una forma totalmente cruel usando parte del instrumental médico de la sala.
Tras ello, el agente Muñoz se unirá al inspector Aparicio para resolver el que será su primer caso dentro de la Brigada. Pero todo se tuerce un poco más cuando, estando en la institución para investigar el asesinato, una de las celdas sale ardiendo con otra de las hermanas más importantes dentro. Todo esto hace que la investigación se vuelva aún más oscura, retorcida y complicada debido a la protección con que cuenta el sector religioso durante la época y la existencia de una mano poderosa que vigila que todo sea como ellos quieren y que haya secretos que jamás vean la luz.
Los agentes se verán inmersos en toda una aventura para intentar esclarecer lo ocurrido y poder llegar a entender, dentro de lo posible, lo que ocurría dentro del Instituto Mental, donde entran las manipulaciones y directrices de los altos cargos que estaban totalmente a favor y apoyaban este tipo de instituciones en una época de la historia de España demasiado turbia y difícil para según qué colectivos de la sociedad.
Al intentar avanzar se van a encontrar con la verdadera cara que se esconde tras el instituto: tendrán que luchar para poder descubrir la verdad, una verdad que ni el responsable máximo del instituto, el hermano Olegario, ni el alto cargo del franquismo Jaime Bertrán de Andrade quieren que vea la luz: corrupción, represión y tortura como telón de fondo de la Barcelona de posguerra.
Gracias a la lucha de ambos, nos sumergiremos en una historia de horror y supervivencia, de maldad y resistencia, de despotismo y de esperanza. Todo ello bajo un escenario de sometimiento, dominación y abusos en el que la libertad está relegada únicamente a cierto sector de la sociedad.
La historia transcurre a dos tiempos: por un lado, todos los acontecimientos que ocurrieron en el año 1946 y, por otro, seguiremos a Irene Bertrán quien, en la actualidad, descubrirá de forma casual la relación que tiene con alguien muy cercano a todo lo vivido en el Instituto Mental. Nos sumergimos a su vez en dos líneas del tiempo que convergerán en el punto en que Irene descubre parte de sus más puros orígenes.
Todo ello con un final de libro sanador y reconfortante, a la vez que inquietante. Una oda a la esperanza, a la lucha y a la solidaridad. A los buenos corazones y al altruismo de algunas personas.
Hoy día, en una sociedad que está cada vez tomando más conciencia sobre la importancia de la salud mental, invirtiendo en políticas de mejora en este tema y luchando por quitarnos tantos prejuicios que imperan desde hace muchísimos años, resulta incluso más chocante y horripilante leer la cantidad de barbaridades que hacían con las personas que eran tachadas de ‘locas’, las torturas que empleaban, los experimentos que probaban en estas personas y, sobre todo, el sadismo y la falta de humanidad que acaecía en este tipo de personas.
Tras ganar el II Premio La Trama de Novela Negra con el libro que publicó en 2016 titulado ‘Para morir siempre hay tiempo’, y publicar un año después su segunda novela, ‘La escritora’, Carmen Conde Veiga regresa al panorama literario de la mano de Roca Editorial con esta magnífica novela.
Una historia intrépida, vertiginosa y a veces incómoda que nos desvela los entresijos del franquismo y cómo abordaban en aquella época el tema de la salud mental.
Para mí, el simple hecho de saber que el Instituto Mental de la Santa Cruz y que tanto los datos históricos como los tratamientos psiquiátricos que se describen en esta novela se corresponden con la realidad, le da ya una especie de terror y crudeza sobrehumana a la novela. Descargas eléctricas, extracción de líquido de la cabeza o inyecciones de aguarrás son claro ejemplo de algunos de los horrores que las instituciones para enfermos mentales en la época de posguerra no dudaban en aplicar.
Crueldad, mucha historia y un atisbo de humanidad: todo envuelto en una historia de supervivencia tanto física como mental ante los estragos de una sociedad en su momento cero avanzada en materias de salud mental, de derechos humanos, de igualdad y, sobre todo, de sentido común.
‘(… ) la cirugía transorbital está recomendada para aliviar a los pacientes más agitados cuyo trastorno no remite con los métodos tradicionales. Consiste, como ve, en introducir el orbitoclasto por el lagrimal y, al llegar al cerebro, removerlo con cuidado para romper algunas conexiones neuronales’.