El arte de ser otro de Mark Twain
por Rubén J. Olivares
«…You want them to see you
every other girl
They just see a faggot
They’ll hold their breath not to catch the sick…»
Laura Jane Grace
Transgender Dysphoria Blues – Against Me!
Hay libros que aparecen como pequeñas revelaciones, no tanto porque muestren un terreno nuevo, sino porque iluminan un ángulo inesperado de un autor que creíamos conocer. “El arte de ser otro”, publicado por Hermida Editores en su colección “El jardín de Epicuro”, pertenece a esa rara categoría. Mark Twain, el cronista de la infancia en el Mississippi y el satírico implacable de la sociedad estadounidense, se nos presenta aquí con un rostro distinto: el de un narrador que explora la identidad, el disfraz y el travestismo como formas de interrogar a su época. La edición reúne un puñado de relatos breves —los llamados “Travestite tales”— que Twain escribió a lo largo de su carrera, y que durante mucho tiempo circularon poco, relegados al margen de su obra o directamente apartados por considerarse incómodos. A través de ellos, el autor juega con la idea de que ser “otro” es posible y hasta necesario: vestirse de lo que no se es, actuar un papel distinto, experimentar con roles que la sociedad marcaba a fuego en el siglo XIX. Bajo la apariencia de pequeñas comedias de enredo, Twain se adentra en territorios que rozan lo prohibido, cuestionando los códigos de género y de moralidad de su tiempo.
Lo primero que sorprende es el tono. Estos cuentos no son panfletos ni sermones; Twain nunca pierde su ironía característica, esa capacidad de hacer que la risa se cuele justo en el momento en que el lector se siente más seguro. Pero tampoco son juegos inocuos. El disfraz, en estas páginas, no es mero recurso cómico: es una grieta en la fachada de las convenciones sociales. Que un personaje se ponga ropa “del otro sexo” abre preguntas que aún hoy resuenan: ¿qué define la identidad, la apariencia o la esencia? ¿Cuánto hay de teatral en el género? ¿Y quién decide qué papeles se permiten en el gran escenario de la vida social? En este sentido, la lectura contemporánea de “El arte de ser otro” gana en intensidad. A la luz de la teoría de la performatividad de género de Judith Butler, tan debatida en las últimas décadas, Twain aparece como un explorador precoz de esas tensiones. Sus relatos muestran cómo el género puede ser, al mismo tiempo, una máscara y un campo de batalla. Y, sin embargo, no conviene idealizarlo: el humor de Twain puede resultar ambiguo, y no siempre queda claro si la burla recae sobre el personaje que se disfraza o sobre el público que lo observa con prejuicio. Esa ambivalencia es, justamente, lo que hace que los textos sigan vibrando más de un siglo después.
Formalmente, los relatos son breves y ágiles, casi experimentos narrativos. La economía expresiva obliga a Twain a condensar situaciones en apenas unas páginas: una corte en la que el heredero no es quien parece, un malentendido que se prolonga por un gesto, una revelación que descoloca a todos los presentes. El equívoco se convierte en motor del relato, pero también en metáfora de un orden social siempre frágil, siempre a punto de venirse abajo si alguien decide romper las reglas. El humor funciona como máscara y, a la vez, como cuchillo. No hay que perder de vista el contexto: Twain escribía en una sociedad marcada por una moral rígida, en la que la homosexualidad y el travestismo eran temas tabú, relegados al escándalo o al ridículo. Que un escritor de su talla se atreviera a tratar esas cuestiones —aunque fuese en clave cómica — resulta revelador. Lo es tanto por lo que dice de él como por lo que dice de la cultura que prefirió esconder o censurar estos textos. En este rescate editorial hay, por tanto, un gesto doble: devolver a Twain una faceta olvidada y recordarnos que la literatura, a menudo, dice más de lo que su tiempo quiere escuchar. La traducción de Camilo Perdomo respeta esa tensión entre lo lúdico y lo subversivo, y la cuidada edición de Hermida Editores contribuye a situar los relatos en un marco que invita a la relectura crítica. No se trata de un “Twain menor”, sino de un Twain distinto, complementario: el que prueba hasta dónde puede llegar la ficción para cuestionar lo que la sociedad da por sentado.
En definitiva, “El arte de ser otro” no es sólo una curiosidad bibliográfica ni un anexo para completistas de la obra de Twain. Es un libro que interpela directamente al presente, que nos obliga a preguntarnos qué significa “ser otro” y qué mecanismos de exclusión seguimos reproduciendo. Su valor está en esa mezcla de risa incómoda y lucidez intempestiva que sólo un narrador como Twain podía lograr. Y ahí radica la recomendación más clara: léalo quien quiera descubrir a un Mark Twain irreverente y sorprendentemente actual, capaz de recordarnos que la literatura, incluso desde el disfraz, siempre habla de lo más profundo de la condición humana.
