Abordar la creación literaria no es tan sencillo como parece. Se necesita concentración, llegar a la inspiración puede llegar a ser complicado, por ello se suele recurrir a cambiar de escenario, poniendo tierra de por medio para conseguir crear. En este caso es la localidad costera de Dunnet la elegida, un bello pueblecito de marineros en el que el progreso de los nuevos tiempos ha dejado cada vez más reducidas las costumbres de antaño a cosas de viejos.
Sarah Orne Jewett ha sido un bello descubrimiento, una prosa apacible y exacta, sin excentricidades innecesarias, a paso tranquilo, descubriéndote los alrededores, la tierra y las personas que conforman un pueblo costero, aquellos que fueron marineros en otro tiempo. La protagonista pretende alejarse de todo y escribir, aunque nos va descubriendo como la debilidad puede con ella, ya que se pasa el verano conociendo las vidas de las personas del pueblo y pasando momentos inolvidables con algunos de ellos. Reduce el tiempo de creación a unas horas en el colegio que tenía el pueblo, lugar que se ve obligada a alquilar, ya que en la casa en la que se aloja hay demasiada vida a su parecer y se distrae con facilidad.
El personajes más interesante es el de la señora Todd, una viuda que se dedica a la botánica, ella es la dueña de la casa en la que se aloja nuestra escritora, es la que nos va presentando a los habitantes del pueblo, conoce a sus vecinos de toda la vida, así desgrana sus debilidades y su vida excéntrica con cuidado. A través de sus hierbas prepara remedios para sus vecinos, aliviando sus dolores estacionales. Para equilibrar sus gastos de vez en cuando alquila una habitación, ya que quiere seguir siendo una mujer independiente, su madre y su hermano siguen viviendo en la pequeña isla en la que se crió, lugar que tan sólo visita y al que no quiere volver con la cabeza gacha. Sarah Orne Jewett nos regala personajes femeninos fuertes que toman sus propias decisiones aunque el desenlace sea arriesgado y en ocasiones trágico.
Henry James la definió como «una pequeña y hermosa obra maestra». La tierra de los abetos puntiagudos está considerada como un clásico de las letras anglosajonas del siglo XIX, una de las grandes obras de su autora, la cual fue una de las voces más respetadas de la literatura regionalista estadounidense.