Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto de Manuela Espinal Solano.
por Vanessa Díez Tarí
Las mujeres de mi familia están rotas. Desangradas en ganar el pan y en los hijos. Letras las justas como los números para que nadie las engañara en la vida y llevar el bolsillo. Mujeres fuertes de campo que tuvieron que arremangarse desde bien jóvenes. Muchas de ellas mulas de carga sudando cada peseta para que no faltara un plato caliente en la mesa. Sus hombres no fueron sinceros, algunos se marcharon, otros derrocharon lo suyo y lo de ellas. Quedaron algunas viudas jóvenes o apartadas, el ahí te quedas siempre existió, aunque las que los tuvieron en casa también estuvieron solas. Los sueños ya nunca fueron, lágrimas no quedaron. Así fueron enfermando y ellas mismas fueron cortando los caminos de las que creían soñar pues para sobrevivir había que traer pan a la casa y siendo mujer eso pasaba por ser decente.
Mi madre no me dijo que siempre supo que era artista hasta que tuve treinta años. Unos años antes empecé a acercarme al mundillo de artistas local. Primero fue la pintura y después la escritura. Dedicaba media mañana a bocetar y asistía a la tertulia literaria. En un rincón escuchaba al principio para terminar teniendo voz. Era una joven entre aquellas voces masculinas. Nacerían mis poemarios, sí aquellos que siguen en el cajón. Y llegarían algunos recitales. Aún recuerdo la sensación de desnudarme a través de los versos y no frente al público, si no frente a mi madre y mis hermanas, nunca había expresado aquel volcán que sentía. Ante el resto tomaba la actitud de que aquello era una pantomima y no abrirse en canal. Subir a un escenario lo cambiaba todo, pero también estaban los miedos. Si daría para salir adelante y si pasaría hambre. El llenar la nevera ha sido un miedo recurrente. Así siempre han existido trabajos alimenticios que no han evitado que volviera a aparecer mi alma en algún momento. Incluso escribí un poema en un trozo papel de caja registradora cuando fui palomitera en el cine. Escribir durante mucho tiempo fue algo íntimo, después se convirtió en un ejercicio creativo. Nunca se sabe en que se volverá y si habrá alguien al otro lado.
En “Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto» Manuela Espinal Solano nos revela el conflicto materno filial a través de los inocentes ojos de una protagonista que empieza a adivinar ciertas cosas que su madre se ve obligada a hacer para salir adelante. Ella siente que no quiere vivir ese mundo. Nos revela que no le apetece cantar, pero es más lo que calla. Es testigo del sufrimiento de su madre y quiere salvarla. El sórdido mundo de la canción nocturna no es fácil hasta que llega la fama y más si pasa la juventud y hay dos niñas como lastre. La madre empujada por la abuela se empeña en ser cantante y tiene talento, pero calla los sacrificios, el abandono, la soledad y el llanto. De familia de artistas y todas tienen valía para ello aunque el sacrificio sea grande. El desarraigo, los viajes, los hombres de ir y venir o dejar pasar los años de sus pequeñas en apartamentos desconocidos por los aplausos al fin.
Manuela Espinal Solano bebe de una parte autobiográfica para crear una ficción que fluye sencilla y fresca. Deja ver las bambalinas tras el show y lo real al apagar los focos. El rímel corrido tras un intento de abuso del mánager con las niñas y la orquesta esperando en el autobús. Los repentinos viajes tras la ansiada oportunidad. Las lágrimas a solas a puerta cerrada. Los monólogos en el baño para coger fuerza. Una vida dura para una mujer con hijas. Niñas que crecen y según pasan los años se dan cuenta del precio que muchas mujeres han tenido que pagar por ese minuto de gloria. Los focos se pagaron con sangre y muchas se perdieron por el camino. Enfrentadas a sus mayores miedos, abandonadas en callejones oscuros de ciudades que las desecharon como rotas muñecas de trapo. Utilizadas.
La sociedad ha procurado callar a las mujeres. Llevarlas al límite era asegurar que fueran sumisas. Si vamos a terminar rotas igualmente por los demás. ¿No valdría la pena crear un camino propio? Si de todas formas tienes que morir peleando que al menos sea por aquello que deseabas hacer no por lo que otros impusieron. No dejéis nada sin hacer. “La misión de todo hijo es defraudar a sus padres», libradles de la culpa de vuestro destino y sed libres para elegir vuestras propias batallas. Si de todas formas lo que siempre te dijeron no siempre resulta atrévete a decir no y caminar tu propia vida como nuestra protagonista.