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La vida sin maquillaje de Marysé Condé

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por José Luis Romero León

Fue por enero del año pasado, quiero pensar que sería sábado. Habría una chimenea, seguro que un ambiente cálido entre alfombras, y un silencio absoluto. Quizás fue martes, ya me dolería la cabeza y le robé horas al sueño para olvidarme un poco de lo que se ve por la ventana. Así que ahí vino la primera lectura de un libro de Maryse Condé. Cuando hablé de “Corazón que ríe, corazón que llora” tuve que acordarme de una poesía que quizás un miércoles leí. Dice así : “tu vida es tu vida/ no dejes que sea golpeada contra la húmeda/ sumisión/ mantente alerta/ hay salidas/ hay una luz en algún lugar” No llegué a esta por casualidad. Ya se encargó la autora de señalarlo en el título. Su infancia llena de contrastes y descubrimientos en donde lo mestizo y la feminidad juegan un papel clave. Lo opuesto define, lo blanco con lo negro, lo sencillo con lo profundo, no olvido que todos sabemos llorar de alegría, reír y que no haga forma de controlar las lágrimas. Así, a través de cuentos nos llevaba a su infancia en la isla caribeña de Guadalupe.

El relato sigue en “La vida sin maquillaje”, ahora es una joven que debe iniciar toda la búsqueda que se nos supone. Este paso tan natural, tan necesario le da continuidad a lo relatado de la misma apariencia de normalidad, la que ella sabe trasmitir a mis ojos de occidental, llenándome la vida de danzas, de licores, de ambientes… que nunca veré, que ya estarán perdidos. Sigue igual de sencilla pero a la vez de madura y cercana. Será que escribir bien no deja de ser escribir fácil. Entiendo el título, porque así es como cuenta lo que le viene encima. Todo sin maquillaje, sin máscaras, con unas ganas inmensas por vomitar todo. Es crudo, a veces cuesta entender las razones, ponerse en su lugar. Pero no te quiere agradar, es su vida al fin al cabo y yo solo estoy leyendo un libro. Sin silencio, sin ambiente cálido y con dolor de cabeza. Yo no me he sentido una paria en París, ni me he tenido que encontrar en África como quien se aferra a un ex que de continúo me rechaza, pero al que tú no puedes evitar adorar.

Hay distancia entre lo que narra y la actualidad, pero a la vez cercanía. Hay cuatro embarazos, hijas e hijos que devoran, que no dejas de amar. Niñas-madres que se olvidan de ellas porque ya no saben que son y se convierten en reproches de vida. Pero ella no reprocha nada, mi a ella misma, ni siquiera a los demás. Hay quejas, pero sonaría imposible no hacerlas. Esto es lo que ha tocado que vivamos. Agradezco que las vocaciones literarias tan tardías den como resultado esta literatura cruda, directa, sencilla y escrita sin tapujos. Ya lo deja claro al comenzar a través de las palabras de Jean-Paul Sartre “Vivir o escribir: hay que escoger”. Eso es lo difícil, las elecciones, luego no valen reproches.

 

La vida sin maquillaje
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