La alegría de la vida de Raymond Queneau.
por Rubén Olivares
La etiqueta “escritor de culto” está tan manida que prácticamente ha perdido su sentido, pero si hay alguien a quien este epíteto le encaja como un guante es a Raymond Queneau, que cuenta con un pequeño ejército de seguidores (entre los que me incluyo), una pequeña guerrilla literaria militante de la causa de nuestro líder: la literatura es un juego muy serio, que te aporta innumerables horas de placer si te entregas a ella.
Queneau es un escritor creativo, divertido, experimental, en el que perviven posos del movimiento surrealista en el que militó, un narrador con una vasta cultura y una mirada incisiva que radiografía el tiempo en el que escribe y que, sin embargo, cuenta con un gran sentido del humor que le impide tomarse demasiado en serio o vivir con una intensidad trágica las grandes pasiones de la vida. Un perfil de escritor que, desgraciadamente, lo aleja del gran público, que suele preferir justamente a los escritores y obras que representan lo opuesto a este autor. Así que si ven a alguien con un libro de Queneau en sus manos acérquense, están ante un lector en vías de extinción.
Queneau es un autor delicioso que, como los grandes vinos o las grandes historias de amor, hay que paladearlo con paciencia y detenimiento, saboreando cada instante que nos regala y dejándonos embriagar por su intensidad. Estamos ante un autor con un bouquet delicioso y que, como todo gran vino o pasión, escasean y debemos aprovechar cuando se nos revelan.
Por eso no deberíamos dejar escapar la oportunidad que se nos presenta ante la edición de una de sus obras más accesibles para el público general, una obra que se aleja del pesimismo y la visión sombría de sus primeras novelas, en la que se vislumbra, como el título deja entrever, un atisbo de alegría ante las sorpresas que la cotidianidad nos aporta.
“La alegría de la vida” es la historia de un joven soldado, Valentín Brû, que se ha licenciado tras cinco años en el ejército con el mismo rango con el que entró: soldado raso. Hombre de costumbres, su mayor placer en la vida es tomar vino con sifón y a lo único a lo que aspira es a convertirse en barrendero, un trabajo tranquilo que le asegura un sueldo con el que subsistir, y que encaja con el perfil poco ambicioso de Valentín. Pero la caprichosa Fortuna tiene otros planes para Valentín, quien se cruzará con el sargento Bourrelier que le propondrá casarse con la dueña de una mercería veinte años mayor que él, la señora Julia Julie, que se ha encaprichado de él. Su hermana, Chantal, un “pibón” vendrá para informarle y evaluarle. Valentín parece cumplir con los requisitos que busca: ni bebe, ni juega ni va con mujeres. Todo encaja, aunque su prometida sea veinte años mayor, pero, después de todo, ¿no es ciego el amor? ¿Podría permitirse el lujo de rechazar semejante oportunidad? Valentín acabará aceptando la proposición y haciéndose cargo de la mercería de su esposa, para acabar montando un negocio de marcos de fotografía que le abrirá nuevas oportunidades cuando su mujer caiga enferma y acabe reemplazándola en un negocio algo más turbio: ser la nueva adivina del barrio, bajo el seudónimo de madame Saphir, con la que cosechará una pequeña fortuna. Mientras tanto, los sombríos presagios del soldado Valentín tras finalizar la I Guerra Mundial se van cumpliendo, a medida que la II Guerra Mundial empieza a dar señales de su proximidad.
Esta novela es una excelente radiografía del periodo de entreguerras de Francia, en la que se nos muestra el sentimiento de alegría y deseo de vivir que se gestó durante la década de los años veinte y treinta, en el que, como le ocurre al protagonista, el interés de la sociedad se centró en disfrutar del momento presente, sin mayores aspiraciones, dejándose llevar por un sentimiento de inocencia e ingenuidad ante lo que estaba por llegar, una obra que presenta una ácida crítica de la sociedad del periodo de entreguerras que no quiso ver el nuevo conflicto que se estaba gestando ni supo ponerle fin antes de que estallase, al tiempo que nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una novela con un agudo sentido del humor, repleta de un lenguaje sencillo, directo, repleto de diálogos vulgares salpicados de tacos que la dotan de mayor realismo y situaciones disparatadas. Una novela con ecos de “Viaje al fondo de la noche” de Céline, aunque menos ácida, lúgubre y sarcástica que la obra maestra de Ferdinand.