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Tsunami de Pilar Adón, Flavita Banana, Nuria Barrios, Cristina Fallarás, Laura Freixas, Sara Mesa, Cristina Morales, Edurne Portela, María Sánchez y Clara Usón

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por Vanessa Díez

¿Y el arcoíris quién lo pintó? Niño no seas tan preguntón». Me crié con mi abuela materna. Desde bien pequeña fui una niña despierta que necesitaba descubrir los secretos a mi alrededor, en cambio mi abuela se había manejado en una crianza de secretos con sus hijos, ya lo descubrirían después. No fue diferente en ese sentido con los nietos. Al menos como abuela fue cariñosa, ya no debía estar pendiente de la supervivencia y de luchar contra la escasez sola. Ni menstruación ni sexo fueron temas en los que se avisara a la camada, solía haber ropa tendida, una vez ya casadas hablaba más abiertamente con las hijas. Para ella el sexo fue una obligación marital sin placer y como consecuencia cinco bocas que alimentar.
Fruto de estos silencios femeninos familiares llegué a grabar “Dones», un corto de tres minutos para un taller audiovisual en el primer Diversa en Elche. Grabado rudimentariamente con un móvil ahora se ha convertido en un documento inédito, pues mi abuela falleció hace años.

Tsunami nos descubre a Pilar Adón, Flavita Banana, Nuria Barrios, Cristina Fallarás, Laura Freixas, Sara Mesa, Cristina Morales, Edurne Portela, María Sánchez y Clara Usón de forma más íntima al abrirnos en muchos casos la puerta a espacios privados como la casa y la familia, que eran lugares supeditados a la mujer y dónde creaban su mundo propio.

Confieso que me siento más cercana y reflejada en aquellas autoras que hablan sobre sus madres y abuelas con aquellas frases que se repetirán y que serán pilar de sustento o habrá que luchar contra ellas como la abuela de Laura Freixas le decía “Que no seas una esclava como lo he sido yo», mujeres sometidas que sabían que la rebelión era imposible, pero era en su trastienda junto a los fogones donde daban rienda suelta a las lenguas aunque no llegara más allá. Mi abuela tampoco se cuestionó el haber estado supeditada a un hombre, incluso su separación en la época por tener un marido adúltero fue provocada por los hijos mayores no porque ella hubiese puesto el grito en el cielo, pesaba el miedo al que dirán y la educación de entrega y sumisión, aunque su madre también fue separada. Era importante no perpetuar el estigma y extender la mancha. Después sería mi abuela la que mantendría el statu quo del hombre de la casa, dándole privilegios a mi padre como único varón. Así se daba por hecho que las mujeres servían al hombre y se justificaban ciertos comportamientos. Con los años hemos ido tomando conciencia pero en nuestras infancias de los ochenta se normalizaban abusos que primero nuestras abuelas y después nuestras madres habían soportado. Cada vez más enfermas, cada vez más agotadas, por no gritar las injusticias y salir de aquel calvario.

Muchas de las autoras nos hablan de su crianza y de las casas de su infancia. Somos de dónde venimos. Nuestro pasado y antepasados definen parte de nuestra esencia. Pero incluso el texto de Cristina Morales sobre la puta gratis me parece necesario, a veces lo he pensado, en cuántas situaciones nos hemos visto metidas en las que finalmente hemos cedido nuestro cuerpo sin ser nuestro placer la premisa si no el deleite de la pareja de turno y ya quien se haya metido en el juego de rol de trueque a cambio de cuerpo no tiene salida con un desgaste psíquico y emocional muy alto. La necesidad masculina se ha impuesto históricamente y la mujer ha pagado un alto precio y aunque ahora se piense que se juega al mismo nivel se seguirá pagando al no haber equilibrio entre libertad y educación emocional.
Con catorce años estaba tan desarrollada como ahora. Mis pechos son grandes, no se pueden ocultar. Ese verano vendía helados en el chiringuito del restaurante del padre de mi primer novio. Sin darme cuenta un hombre mayor se acercó al mostrador y se quedó mirándome. Pensaba que iba a pedir y en vez de eso dijo algo sobre mis tetas. Me quedé helada no dije nada. En cuanto reaccioné había desaparecido. Se lo dije al hermano de mi novio y lo buscó pero ya no apareció. No volví a verle aquel verano. Aquella fue la primera vez que un extraño desvirgaba así mi inocencia. Con los años habría algún incidente más con algún cliente pero aquella sensación de estar indefensa y de que alguien se atreva a agredirte ya no volvería. El texto de cierre de Pilar Adón me parece valiente. Todas como mujeres en algún momento de nuestras vidas hemos sufrido algún tipo de acoso, pues éramos piezas de caza y ellos si nos veían libres por el monte y sin dueño (otro hombre) se atrevían a intentar cazarnos. El peligro es que las enseñanzas se hayan pasado de padres a hijos y perduren.

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