Este pequeño arte de Kate Briggs.
por Rubén Olivares
“…Los escritores hacen la literatura nacional y los traductores hacen la literatura universal…”
José Saramago
Hay libros que se empeñan en no encajar en las categorías literarias a las que estamos acostumbrados. Se revelan, sacuden las convicciones sobre literatura con las que los vestimos y deciden arroparse con aquellas prendas que más les gustan. Este pequeño arte de Kate Briggs es un ejemplo de lo que escribo. Estamos ante un manifiesto lleno de dudas que afirma ser un ensayo y se arropa con entradas más propias de un diario. Una aventura ensayística en la que se mezclan la autobiografía, el diario y la novela convencional (aunque este libro no tiene nada de convencional). Briggs desnuda página a página sus ideas, sentimientos, vivencias y pensamientos sobre que es para ella la traducción y el trabajo de traductora, cuestionando su labor y el papel que éstos juegan en la literatura.
Gracias al trabajo delicado y artesanal de Rubén Martín Giráldez, podemos disfrutarlo en castellano y dejarnos atrapar por las reflexiones de Briggs. El hecho de que sea un ensayo quizás aparte a algunos lectores de su lectura, pero como se ha comentado, Briggs ha logrado traspasar las barreras del ensayo transformando sus reflexiones en un diario novelado a través del cual transcurrimos por sus reflexiones sobre el trabajo de traductora y su papel como puente entre lenguas, sus días de profesora universitaria y la convivencia de ambas dentro de su vida personal. Este pequeño arte es un homenaje al oficio de aquellos que trabajan con las palabras, al tiempo que una reflexión e invitación a pensar en cómo trabajamos con esas palabras. El traductor, a los ojos de Briggs, es una especie de artesano que debe hacer una copia lo más exacta posible de la obra original, aunque con los matices adecuados para que el público para el que se traduce logre captar la obra original que no es capaz de interpretar. El papel que le aguarda es el de convertirse en coautor, copropietario de la obra que traduce y que de nuevo dota de aliento y palabras desconocidas en el original. La traducción es una labor de reconstrucción. De calzarse en los zapatos del otro y seguir sus pasos, pero con otros pies. Reescribir, rearmar y reanimar a un texto que está, pero que aún no es. Un texto que cobrará vida a medida que sea dotado del significado que el nuevo idioma le da.
Briggs toma como punto de partida sobre sus reflexiones en torno a la labor de la traducción las reflexiones personales sobre el trabajo de Helen Lowe-Porter como traductora del alemán al inglés de La montaña Mágica de Thomas Mann, duramente cuestionada y, por otro lado, la correspondencia entre André Gide y su traductora Dorothy Bussy. Del primer caso nos invita a reflexionar sobre el exceso de celo que algunos traductores y académicos pusieron en el trabajo de Lowe-Porter, a quien se acusa de haber cometido numerosos errores. Y, navegando a lo largo de su trabajo nos pregunta hasta qué punto es necesario mantener un estricto rigor académico y filológico. Si no es bueno, en ocasiones, tomarse ciertas libertades. Al fin y al cabo, la cuestionada labor de Lowe-Porter permitió que la obra de Mann se popularizase entre los lectores anglosajones. De la correspondencia entre Gide y su traductora nos muestra hasta qué punto la relación entre un autor y su traductora puede llegar a estrecharse y prolongarse a lo largo de décadas, fundiéndose los lazos de la amistad con los de un amor asimétrico de la segunda por el primero. Y entre medias de ambos puntos nos encontraremos con las reflexiones personales que la experiencia como traductora de Barthes aportan al ensayo. Entre otros temas, destaca la importancia que para la autora tiene la necesidad de prepararse antes de abordar un texto. No es lo mismo ser un lector contemporáneo de una obra escrita hace décadas que acercarse a la obra en la actualidad. El lenguaje cambia, los matices y significados que damos a las palabras mutan y abandonamos conceptos y palabras por otros. Por eso Briggs nos invita a ponernos en la piel del autor antes de traducir, para tratar de comprender qué es lo que él quería decir a sus lectores y cómo lo habría hecho de escribir para los lectores actuales.
Acercarse a esta obra es una invitación a leer (o releer) el trabajo de los autores que desfilan por su páginas. Nos muestra que el traductor es una especie de coautor en la sombra a quien acabamos siguiendo a lo largo de su trabajo a medida que profundizamos en la obra de un autor traducido, pues ambos suelen acabar estrechamente unidos. Por eso leer a Briggs es releer a su traductor, Rubén Martín Giráldez, el estilo, las dudas, las cuestiones sobre cómo abordar cierto concepto, las notas a pie de página para que el lector se impregne de la atmósfera original del libro. El visionado de una película que ya hemos visto pero con la perspectiva de un nuevo director que nos ayuda a comprender la original. Una reinterpretación, un pequeño arte.