La anguila de Paula Bonet.
por Vanessa Díez Tarí
El cubano llamó dando voces. El agravio había sido un tupper de café y otro de aceite refrito. Me llevé a casa aquel café pensando que era nuestro, si hubiera sabido que era de los otros compañeros se hubiera quedado allí, pero un tupper común y compartir trabajo con la pareja y su padre produjo el malentendido. El aceite refrito simplemente me dio asco. Pedí que bajara el tono, era su manera dijo. Pedí que respetara. Si uno pierde las formas, pierde la razón. Pedí disculpas en varias ocasiones. Pero siguió dando voces y queriendo ser escuchado sin réplica. Al dar mis razones es que le estaba riñendo. Quería escuchar el eco de su voz sin la mía. Vaciar su ira, sin tener contestación. Y muchas veces así ha sido. En el calor del hogar, en la pareja y en los recovecos del trabajo era quien recibía quejas y callaba, siempre callaba. Aquellas emociones no digeridas se convirtieron en enfermedad, llegando a una endometriosis. El maltrato no es necesario que sea físico, el abuso psicológico es más sutil, no deja marcas a la vista, pero deja huella interna y más duradera. Te paraliza. Ahora alzo la voz igual que el cubano, ya no callo. Alguien que habla por las espaldas repartiendo veneno y que baja la voz y la mirada cuando compañeros varones le enfrentan. Esto no era por un poco de café, si no una oportunidad para ser hiriente diciendo “usted no es nadie”, está detrás el rencor acumulado. Y tratar de someter a una mujer es más fácil. En trabajos que antes eran sólo masculinos siguen quedando huecos para situaciones que degradan y manipulan a la mujer.
Entiendo el tiempo que se ha debido tomar Paula Bonet para hablar de abuso, tardas en ser consciente, cuando te das cuenta quizá esa persona ya ha salido de tu vida. Y ya no importa si fue familiar, pareja, amante o fue en el trabajo. Lo importante es que te recompongas para subir la voz la próxima vez y poner el límite.
Paula Bonet nos habla de abusos, del cuerpo, de la carne, la sangre, las pérdidas, el dolor, los abortos y la vida. Lo que el pasado comparte en la repetición de los hechos al no saber. La herencia. Lo indefensas que estamos al haber normalizado el dolor y la violencia en muchos ámbitos. “La anguila” es esa metáfora escurridiza de lo que nos violenta. En este caso son el Sinnombre, que fue pareja que pudo ser marido ante la posibilidad de un hijo y ya la maltrataba, el Hombrecito que fue amante mayor y ente manipulador que no mide el daño causado si consigue su placer y el Premio Nacional de Poesía, aquel amigo sádico del anterior que ante los relatos eróticos ofrecidos se cree con derecho de tomar la pieza y violarla haciéndola suya, porque la mujer libre se ha considerado intrusa si ha osado competir al nivel masculino y su libertad sexual la ha definido como puta, una mujer que no hay que respetar, la mejor forma de hacerle daño, imponerle satisfacer su deseo. Indefensas.
Que las mujeres se narren es necesario. Porque si llega a ser tan grave para iniciar un proceso judicial nada asegura a la víctima el reconocimiento. Sólo revivirá su experiencia y quedará expuesta. El trauma seguirá ahí durante mucho tiempo. Alzar la voz es un aviso para las que vendrán. La justicia anquilosada en el pasado no garantiza un proceso menos traumático para la víctima, sea mujer u hombre.
He tardado en acercarme a la obra de Paula Bonet. En 2018 salió a la luz “Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión”. Aquellos trazos gruesos en negro de roedores formando un acordeón y ese escueto pero doloroso diario de pérdida gestacional. Ahora necesito acercarme tras “La anguila”. Ese septiembre recibí mi diagnóstico de endometriosis. Saber que un útero invertido junto a la endometriosis podría haber provocado alguna pérdida gestacional incipiente y no haber sido consciente. Los coágulos cada mes bajan mezclados con mi sangre, quizá algo de aquello era una vida. Paula Bonet te aferra la entraña con sus ratonas ensangrentadas en sus manos como aquel gran coágulo de su abuela. Los abortos impuestos por otros y por la vida. El dolor será el mismo. Mi madre todavía recuerda aquellos tres varones que se fueron y los busca en los hombres nacidos en aquellos años y se imagina cómo serían ahora. “La anguila” es una novela donde Paula Bonet se desnuda de forma valiente y necesaria con descripciones bellas a través de los matices que la pintura le aporta, usa aquellas cartas de sus abuelos para rendirles un homenaje y reconoce que ha hecho uso de la ficción, porque para hablar de violencia, maltrato, abuso, dolor y muerte es realmente necesario.