Una cierta sonrisa de Françoise Sagan.
por Rubén Olivares
En su poema, “Los justos”, Borges menciona a quienes agradecen que en la tierra haya libros de Stevenson. A mí me pasa lo mismo con Françoise Sagan. Yo de esta mujer leería hasta sus trabajos de preescolar rastreando el origen de su prosa. Sagan es una de las más controvertidas escritoras francesas, que revolucionó el mundo literario y social del momento. Con su primera novela, Buenas días, tristeza, rompió los esquemas de la época y anunció la llegada de esta particular enfant terrible de la literatura. Su estilo se caracterizó por abordar temas controvertidos para la época desde una mirada abierta y explícita hacia cuestiones consideradas como tabú, como el sexo, en un país que aún no se había despojado de los prejuicios morales que la posguerra había traído, lo que hizo que sus novelas siempre llamaran la atención de lectores ansiosos de nuevos aires en sus vidas. Todo lo que esta escritora escribió acabó convirtiéndose en oro, aunque, como escribió Oscar Wilde, “cuando los Dioses nos quieren castigar, escuchan nuestras plegarias”, y el éxito que disfrutó con su carrera literaria acabó exacerbando su estilo de vida, trasladando su alocado ritmo de escritura a su rutina, creando en torno a ella la leyenda de alocada y provocativa escritora, no sólo por su estilo de vida sino por sus posicionamientos ideológicos y opiniones políticas. Sagan acabó dejando una profunda huella en el resto de escritoras y mujeres de su generación, cuyo hilo podemos seguir hasta la actualidad, liberando la literatura femenina de numerosos prejuicios.
“Una cierta sonrisa” nos traslada a París en los años 50. En el ambiente universitario de la Sorbona, entre cafés y clubs de jazz, la joven Dominique pasa sus días con Bernand, un compañero de estudios. No se pregunta ni cuestiona su relación ni la falta de romanticismo que hay en ella, ni su futuro. Pero es consciente de que le falta algo, hasta que un día conoce a Luc, el tío de Bernad. Desde ese momento todo cambiará en su vida, al quedar bajo el embrujo de este hombre de mediana edad, aventurero y poco apegado a las relaciones estables, que está casado con Françoise, una mujer elegante y hermosa que enseguida acoge a Dominique como a su propia hija. No obstante, la atracción entre ambos parece no tener freno y desde el primer encuentro queda marcada por el inicio de un excitante juego a cuatro bandas en el que han apostado sus corazones y sólo uno puede salir victorioso.
¿Y qué tiene de original esta historia? Para el lector actual, nada. Pero lo original de Françoise Sagan es su capacidad de adentrarse en un terreno en el que no lo había hecho antes nadie. Sagan nos introduce temas que en su momento eran novedosos y abiertamente provocadores como el sexo, la infidelidad o las relaciones de pareja entre personas con edades muy diferentes y lo hace con la naturalidad con la que hoy en día estamos acostumbrados, pero que en su momento supuso todo un terremoto de hipocresía, pues se limitó a trasladar lo que sucedía a su alrededor, pero nadie comentaba. Por otro lado Sagan es una maestra del trazo psicológico de sus personajes, demostrando un dominio y precisión sorprendente para alguien de su edad. Tanto Dominique como el resto de peones que se mueven en este tablero amoroso resultan creíbles y conmueven por las pasiones que viven, desnudándose ante el lector emocionalmente a través de sus pensamientos más íntimos a medida que nos narra su historia y nos dejamos arrastrar por los sucesos que la arrastran hacia esta historia de amor. De esta forma descubriremos que la imagen de fría y distante joven que desea coquetear con hombres maduros sólo es la fachada de una joven estudiante con ganas de experimentar y conocer el amor, de dejarse atrapar por las llamas de la pasión en su sentido más amplio, aunque estas puedan acabar reduciéndola a cenizas.
A su vez, los personajes que rodean a Dominique son un retrato de los arquetipos más comunes de la burguesía francesa del momento que Sagan disecciona con maestría. Bertrand es el universitario de familia acomodada que vive bajo el dominio de una madre sobreprotectora, las amigas de Dominique las estudiantes enamoradizas que construyen su vida en torno a la idea del matrimonio, Luc, el cuarentón atractivo y mujeriego, seductor que vive la vida de manera superficial y Françoise la abnegada dama de alta cuna, eterna anfitriona perfecta, que se refugia bajo este personaje para no enfrentarse a la realidad de una vida que se le desmorona. Con todos estos ingredientes Sagan nos ofrece un retrato paródico de la vida y la sociedad burguesa de la Francia en la que ella se movía y de la cual prestó a Dominique su amor por el jazz, las fiestas universitarias y su formación en la Sorbona.
Pero todo esto se vuelve insustancial sino fuera por el fuerte andamiaje del texto. Sagan despliega en sus novelas una increíble fuerza narrativa que nos arrastra como un torrente. Es admirable su capacidad de dirección de la historia y su perspicacia, pues aunque creamos que somos dueños de nuestros pensamientos dentro de esta historia, realmente estamos siendo sumergidos en el proceso de madurez de la psicología de Dominique respecto al amor y el sexo. A Sagan se la ha etiquetado como una escritora próxima a las corrientes existencialistas francesas, por su capacidad para relatar con tantos detalles las emociones e intereses en relación al ser humano, aunque lo único cierto es que siempre fue una escritora independiente y libre.