Una metáfora de las penalidades de los excluidos
Rubén J. Olivares
Lao She publicó en 1936 la obra que le encumbraría como autor y que se convirtió en todo un clásico de la literatura china, siendo recogida por el régimen comunista como un instrumento de denuncia del antiguo régimen. En ella se describe el drama cotidiano del joven Xiangzi, emigrado desde el campo a la ciudad en busca de una vida mejor, como tirador de un rickshaw. La acción transcurre en la populosa Beiping (la actual Beijing) de 1920, ciudad que había perdido su estatus de capital de China.
Aunque al principio de la novela pudiéramos pensar que estamos ante una versión exótica de David Copperfield, lo cierto es que Lao She, pese a las influencias dickensianas de su obra, construye una novela totalmente alejada de los cánones británicos del siglo XIX, ofreciéndonos un descarnado retrato de la China de los años 30 donde los sueños de un joven campesino emigrado a la ciudad son machacados continuamente por las injusticias y profundas desigualdades sociales que imperan en ésta, metáfora de la sociedad capitalista china que se va abriendo paso entre la sociedad tradicional encarnada por nuestro protagonista.
Xiangzi es un joven voluntarioso, demasiado inocente y simple, que se ha marcado por objetivo poseer su propio rickshaw para lograr prosperar en la vida. A pesar de su buena voluntad, su noble corazón y el esfuerzo incansable, a lo largo de la novela descubriremos que la guerra y una sociedad en la que el dinero es el amo acabarán por arrastrarlo y condenarlo a un futuro distinto al que él imaginaba. Xiangzi se convertirá en un símbolo de la opresión que el poder ejerce sobre aquellos que ni siquiera pueden asegurarse un plato de comida y un techo donde dormir diarios, pero también de los convulsos cambios que la Revolución Industrial produjo en China. Nuestro protagonista marcha a la ciudad, seducido por las ideas de modernidad y oportunidades, donde trabajará incansablemente saltando de un amo a otro amo como tirador de rickshaw, mientras sueña con ahorrar suficiente dinero para comprar el suyo propio y ser su jefe. Junto a él recorreremos las calles bulliciosas y sucias de la ciudad, donde descubrimos la pobreza y miseria en la que viven la mayoría de sus gentes, mientras mendigan limosnas o una oportunidad laboral para entrar a trabajar como sirvientes de aquellos que ostenta una mejor posición.
Lao She ha construido un personaje tremendamente humano, encarnación de la esperanza y la perseverancia, que representa la derrota de los pobres. Pese a sus esfuerzos, su voluntad y la bondad con la que trata a los demás, una y otra vez verá como su trabajo se diluye a favor de otros. La ciudad se convierte en un enemigo demasiado poderoso para la gente sencilla como él. La vida moderna en la urbe atrae a los desharapientos con sus falsos mensajes de libertad, hasta que se dan cuenta que sólo trata de explotarlos y alimentarse de su sudor y sangre: otros serán los que recojan las mieles de los esfuerzos de Xiangzi y sus semejantes.
La verdadera derrota de Xiangzi no será no haber podido realizar su sueño, sino acabar convertido en un animal, en un ser despojado de su humanidad y de los principios con los que le conocimos al inicio de la novela. Una novela de aventuras y desventuras en la que reiremos y lloraremos mientras asistimos, impotentes, a las injusticias del pobre Xiangzi. Víctima de sus propios errores, no podemos dejar de compadecernos de él, un ser lleno de imperfecciones que le dotan de una profunda humanidad con la que nos envolverá. Una oportunidad de descubrir una de las mejores novelas chinas del s. XX.