El aroma de los bosques de Dominique Roques
por Lara Vesga
Comparto mi vida con un arboricultor, así que el mundo de los árboles está bastante presente en mi día a día. En los últimos años he aprendido a identificarlos, a cuidarlos, a valorarlos aún más, a apreciar las importantes funciones que tienen para el ecosistema y para los seres humanos, pero también a sufrir, con conocimiento de causa, por la deforestación progresiva e imparable que los amenaza a nivel planetario.
Dominique Roques (París, 1953) sabe y mucho de lo que escribe en «El aroma de los bosques», ya que desde la infancia mantiene un vínculo con los árboles. Hijo de leñador, él mismo ejerció el oficio desde joven y hasta que su trayectoria laboral viró hacia el sector de la industria del perfume como buscador de recursos naturales, sector en el que durante treinta años ha explorado los aromas de los bosques de todo el mundo.
Desde los cedros del Líbano, el primer bosque explotado a nivel mundial, hasta las secuoyas rojas de California, pasando por el palo santo de Paraguay (y su insólita madera azul) o los bosques europeos de hayas, Roques nos insta a calzarnos las zapatillas más cómodas que tengamos para pasear por los bosques del globo en un viaje emocionante, pero también durísimo, a través de su experiencia personal y de curiosidades que, con referencias a las diferentes culturas y épocas de la historia, narran los orígenes, el destino, la explotación y el statu quo de los árboles.
Que no hemos cambiado tanto en los cinco mil años que han transcurrido desde las primeras hachas es algo que nos recuerda insistentemente el autor, pese a que desde hace años existe un choque frontal entre el sentimiento ecologista y la insaciable ansia de madera y tierras fértiles. Roques pretende concienciarnos sobre la necesidad de proteger y restaurar espacios forestales como medida necesaria para salvaguardar la naturaleza. “Escuchamos comentarios amargos sobre el daño y el mal que hacemos a los bosques, pero en realidad nos los hacemos a nosotros mismos”, dice.
Cualquiera podrá disfrutar de este libro ameno, narrado con destreza y una bella prosa aderezada de pasajes autobiográficos, hechos históricos, encuentros, datos científicos, investigaciones y recuerdos, que es un homenaje al vínculo milenario entre el ser humano y el árbol y un grito de esperanza para retornar, precisamente, a esa unión. Comparados con la eternidad del árbol, que pese a las talas, los incendios y los desastres naturales es capaz de resurgir y crecer, la vida humana supone un breve instante.
Precisamente por ello el autor nos anima, desde un tono confiado y optimista, no hay aquí moralina ni pesimismo, a buscar el equilibrio y la convivencia y a apoyar las múltiples iniciativas que existen para preservar el entorno y asegurar el futuro de los bosques. Todos podemos contribuir a dejar un legado, porque como dice un proverbio africano, “quien planta un árbol sabiendo que bajo su sombra nunca va a llegar a sentarse, ha comenzado a comprender el verdadero sentido de la vida”.