Una crítica a la explotación que supuso el colonialismo europeo
Por Rubén J. Olivares Puertas
Cuando Conrad inició la escritura de El corazón de las tinieblas hacía más de 10 años de su visita al Congo, viaje que le marcó profundamente. Su experiencia en las entrañas de África – en pleno corazón del continente – lo marcó de una manera terrible, diríase traumática. Su paso por la excolonia belga supuso para Conrad su particular descenso a los infiernos, un peculiar purgatorio en el que fue testigo de las atrocidades y desmanes que los colonos europeos infringían a la población nativa, bajo la excusa de civilizarlos.
El corazón de las tinieblas es la historia del viaje a África del marinero y aventurero Marlow –alter ego de Conrad- en busca de Kurtz, un agente comercial enviado por una gran compañía europea para la recolección de marfil en el corazón del Congo, que acabará transformándose en una historia introspectiva sobre el viaje interior de Marlow. Las fuerzas primitivas de la naturaleza – en su condición más descarnada y brutal- se contraponen a lo largo del relato con las fuerzas salvajes que habitan en el interior de los hombres, especialmente de los brutales colonos y su trato hacia los nativos, entremezcladas en un viaje psicológico que conducen a Marlow a redescubrir su propia naturaleza y la del ser humano.
A lo largo de su viaje a través del inmenso Congo, Marlow irá reconstruyendo y mitificando la figura de Kurtz, el hombre al que debe encontrar. A partir de las conversaciones que va manteniendo con amigos, familiares, subordinados y colegas de Kurtz y de los documentos que estos le prestan, iremos conociendo a Kurtz al mismo tiempo que Marlow, descubriendo a un hombre peculiar, visionario, iluminado ilustrado que ha conseguido dominar el territorio en el que reina. Kurtz se nos presenta como un hombre adelantado a su tiempo que se ha fijado la meta de ser el mejor en su trabajo y que no teme ir hasta el particular infierno verde que representa el Congo. Ambos personajes van entremezclándose el uno en el otro a menudo que avanza el relato, compartiendo sendas, vivencias y entrelazando sus destinos.
El encuentro de Marlow con Kurtz no puede ser más revelador: éste se ha convertido en un rey que domina un reino con horror y brutalidad, abandonando cualquier rastro de humanidad y raciocinio que algún día se guardará en su interior. Kurtz es un dios hecho hombre que gobierna sobre una tribu de nativos africanos a los que ha dominado ejerciendo un régimen de terror centrado en brutales castigos y en una descarnada dominación, metáfora de la corrupción y el ansia de conquista y explotación de los colonos europeos en África. Kurtz ejemplifica los instintos más salvajes y descarnados que subyacen en el interior del hombre civilizado, quien dotado de poder y ajeno a las normas sociales de la sociedad contemporánea da rienda suelta a sus instintos más depravados, aunque finalmente será vencido y dominado por la influencia primigenia de la naturaleza a la que intenta dominar.
La novela es una descarnada crítica a la misión civilizadora de Occidente, que ocultaba la verdadera misión de explotación que supuso el colonialismo europeo. Revestidos como aventureros inmersos en una misión de civilización, los Kurtz de la época – Stanley o el Livingstone – contribuyeron con sus misiones de exploración a abrir el camino de explotación que más tarde se apoderaría de África. Acercarse a esta novela es vivir en primera mano el retrato de una etapa de dominación como el colonialismo entre dos mundos desiguales: el blanco europeo y brutal, enmascarado en una pátina de raciocinio y misión salvadora y el negro africano, salvaje, pero tremendamente humano.
Al final de la novela descubriremos que el verdadero corazón de las tinieblas no era otro que el mal que habita en el corazón del ser humano y que florece en las situaciones menos esperadas. Un clásico que merece la pena redescubrir.