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Por Vanessa Díez.

Momentos después, Francesca se contemplaba en el espejo de la cómoda, desnuda. Las caderas apenas ensanchadas por la maternidad, los pechos todavía bellos y firmes, no demasiado grandes, el vientre apenas redondeado. No se veía las piernas en el espejo, pero sabía que se conservaban bien. Pensó que debería depilarse más a menudo, pero no le encontraba mucho sentido.

A Richard le interesaba el sexo sólo de vez en cuando, más o menos cada dos meses; pero todo terminaba muy rápido, y era rudimentario y nada excitante, y a él no parecían importarle mucho los perfumes o la depilación o cosas parecidas. Era fácil caer en cierta dejadez.

Francesca era más que nada una socia comercial de Richard. Una parte de ella valoraba esa relación. Pero, dentro de Francesca, bullía otra persona que quería bañarse y perfumarse, y quería que una fuerza que sentía, pero que no podía nombrar ni aun confusamente, la apresara, la llevara a otra parte, le arrancara la vieja piel  (Los Puente de Madison County).

Este fragmento de los Puentes de Madison de R.J. Waller lo he utilizado hoy en el programa de Psicosexual, ya que se hablaba de la autoestima. Todas en algún momento u otro nos hemos vuelto a reencontrar en el espejo, aceptándonos con nuestras virtudes y defectos. Nos hemos mirado ante un reflejo cada vez menos distorsionado y más realista, al fin permisivo. Las contradicciones de la mujer son más una lucha consigo mismo que contra los demás, una guerra más feroz, pues una siempre es más crítica con aquello que no comprende y sin saberlo destruye lo que se puede potenciar y lo que hay de valor.

Supongo que cada vez nos iremos aceptando más y dejando de lado los golpes de los demás. Ni la sociedad ni la moda ni nadie debería establecer el canon femenino válido, pues cada una es diferente a otra y no a todos nos pone lo mismo.

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