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Por Francisco Gómez

Pocos escritores han influido e influyen tanto en mi vida de sueños de escritor, novelista o como ustedes quieran llamarlo, como el gran escritor vallisoletano Miguel Delibes Setién. Mi primer contacto con la literatura se produjo en los ya lejanos tiempos del instituto, en los recordados y queridos catorce años, cuando era un joven que quería beberme el mundo a sorbos. La lectura de «El camino» (1950) me deslumbró. Arrebatado quedé por la sencilla y profunda historia de Daniel el Mochuelo y sus amigos pues su padre le mandaba a progresar en la ciudad y la noche antes recordaba su vida en el pueblo con sus amigos, rodeado de naturaleza. Decidí entonces que yo también quería ser escritor y contar historias profundas que llegaran al corazón. Tiempo después leí en una entrevista a Miguel Delibes que él no se empezó a considerar escritor hasta la escritura de «El camino», a pesar de conseguir tres años antes el Premio Nadal por «La sombra del ciprés es alargada» y llevar a la imprenta en 1949 «Aún es de día». Delibes dice (lo escribo en presente porque los grandes nunca mueren mientras los demás, sus seguidores, los tengamos en la memoria) que a partir de «El camino» encontró su estilo, su prosa, su vocación junto con el Periodismo pues en 1941 entró como caricaturista en El Norte de Castilla, el diario vallisoletano por excelencia y decano de la prensa diaria española, hasta que el 8 de junio de 1963 dimitió de su cargo de director del rotativo por desavenencias con el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne. Cuentan las crónicas que a Miguel Delibes le ofrecieron la dirección de El País en sus inicios en la naciente democracia española pero el enorme escritor rehusó la oferta para no abandonar su tierra, sus gentes, sus señas de identidad. Él no quiso prosperar en la ciudad.

Me hubiera encantado conocerle personalmente. Hablar de Literatura, de libros, de consejos para este amago de novelista, allí en el valle de Sedano en Burgos en su cabaña de madera. Habría recorrido con él los caminos castellanos con la escopeta al hombro y sus amigas las truchas antes que la naturaleza y el mundo agonice y la tierra quede herida. Le leí en cierta ocasión que un joven aspirante a escritor tiene que leer, leer y leer mucho y escribir, escribir y corregir, corregir y tener un mundo propio, un estilo, su voz, como D. Miguel Delibes lo creó con sus tres grandes temas: los niños, la naturaleza y la muerte.

He leído muchas de sus novelas, algunos de sus libros de viajes y volúmenes de artículos y ensayos pues todos los géneros los tocaba con conocimiento, hondura y humanidad. Recuerdo con agrado la lectura de «Castilla habla» (1986) donde muestra su faceta de periodista con entrevistas a campesinos, agricultores, ganaderos, dedicados a oficios en vías de desaparición. Utiliza aquí palabras -muchos monosílabos y bisílabos- que me obligaban a ir continuadamente al diccionario. Así era su riqueza de vocabulario, merced al extenso saber de la tierra que pisaba y su defensa de los personajes sencillos que ya forman para siempre parte de mi imaginería literaria: Daniel el Mochuelo, el Nini de «Las ratas» (1962), el inolvidable Mario y sus cinco últimas horas en este mundo (1966), Pacífico Pérez y «Las guerras de nuestros antepasados» (1975), el funcionario jubilado de «La hoja roja» y su asistenta Desi y cómo olvidar a Azarías, a Paco el Bajo, a la Régula, a la Niña Chica de «Los santos inocentes» (1981).

Pero quiero detenerme con emoción en un libro que su escritura hubo de ser muy nostálgia y difícil para Miguel Delibes. «Señora de rojo sobre fondo gris» (1991), un libro dedicado a su mujer, Ángeles de Castro, que falleció a los 51 años en 1974 y que al autor le marcó profundamente. De su mujer, Ángeles (que se llama igual que mi madre y falleció como ella casi a la misma edad), dijo entonces: «Ha muerto la mejor mitad de mí mismo, mi equilibrio». Lean por favor, «Señora de rojo sobre fondo gris». Su última gran novela «El hereje» (1998) la publicó doce años antes de su muerte en 2010 pero a partir de aquí su carrera literaria se detuvo, supongo que a causa de su enfermedad y sus recuerdos. Además el maestro pensaba que ya había escrito casi todo lo que tenía que escribir aunque a mediados de siglo actual trató de escribir una novela corta, «Diario de un artrítico reumatoide», finalmente truncada después de medio centenar de cuartillas manuscritas.

Su obra ha dejado y sigue marcando huella en legión de lectores y escritores. Veinte novelas escritas durante algo más de 50 años, desde 1947 a 1998, cinco libros de relatos, seis libros de viajes y veintiún volúmenes de ensayos y artículos hablan y dicen mucho de su fecundo e impresionante legado que pocos escritores pueden igualar.

El afamado escritor Arturo Pérez Reverte, escribía de Miguel Delibes en 2006, cuatro años antes de su pérdida, estas sentidas palabras de homenaje: «Miguel Delibes es prosa limpia y castellana. Es historia de la literatura. Es memoria de la novela española del siglo XX que además nos concede el privilegio de seguir entre nosotros. Poder contar con un clásico vivo, al que se puede visitar y rendir homenaje, es algo extraordinario. Es un milagro de la literatura y de la vida. Que Dios bendiga al viejo maestro por seguir ahí, honrado como siempre, dando una lección de dignidad y de entereza. Ojalá aún nos queden por leer algunas de sus más bellas páginas».

Uno no podrá conocer en persona a Miguel Delibes. Hablar con él, de la vida, de Literatura, de tantas cosas. Sólo podré oír su vida en sus novelas, en sus ensayos, en sus artículos, como también me ocurrió con D. José Saramago. No me gustaría quedarme con las ganas de hablar con otros de mis predilectos como Paul Auster o Luis Landero.

A Miguel Delibes con profunda gratitud por la enseñanza moral que inspira su persona y la riqueza y variedad expresiva y humana de su obra.

 

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