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Por María Elena Ayala.

Recuerdo aquella frase conocida por todos de » el árbol se endereza desde bien pequeño», para mostrar que todo niño desde que nace, desde que empieza a echar sus raíces, necesita de una buena «tierra» donde pueda cubrir las necesidades básicas de protección, seguridad, amor incondicional,…para poder crecer de forma sana. Cuando hablo de forma sana me refiero a que el niño sea respetado en su singularidad como ser único, en su tiempo de desarrollo y en otros casos sea respetado en su discapacidad sea esta de cualquier índole.

Muchas son las reglas que desde fuera del nido familiar se intentan inculcar en la crianza de nuestros pequeños, algunas pueden ser las siguientes aunque hay muchísimas más: cuándo separar al niño del nido familiar, la edad para quitarle el pañal, el día del destete,…

Normas que dejan de lado las necesidades afectivas y psicológicas del niño. Necesidades tan importantes como cuantas veces habría que dar el biberón al bebe por la noche. Unas necesidades afectivas bien satisfechas y ajustadas al estado madurativo del niño darán a cualquier padre una buena guía en la educación de sus hijos. Cabe añadir en este sentido que nuestra sociedad ha destruido las viejas tradiciones de cuidado y educación de los hijos y ha dejado a los padres en una tierra de nadie donde en muchas ocasiones no saben que caminos emprender en la crianza de sus hijos. Y es en este estado de desorientación donde se vislumbran verdaderos peligros en la educación de nuestros hijos; nuestra sociedad ha esterilizado los sentimientos, antes de que el niño nazca ya se ha concebido la habitación para él, ya de alguna manera se le está separando del nido sin dejarle saborear y sentir el calor del mismo. Es justamente en esa vinculación con la madre, con el nido familiar donde el bebe desde bien pequeño empieza a interiorizar todo un sinfín de sentimientos y valores que le ayudaran a adaptarse a su medio y a honrar a sus padres. En definitiva tendríamos que apostar por una educación que respetara los ritmos del infante, para que el niño se adapte al entorno sin ningún tipo de trastorno y en caso de que se desarrollara el trastorno o dificultad, estimular y trabajar con el niño de una forma más humana y acorde a las necesidades del niño.

Por ende una educación, como bien dice la autora, donde no se dé todo en exceso al niño. Acabaría esta reseña con una gran interrogante ¿son los padres actuales lo suficientemente libres para poder dar a sus hijos una educación basada en unos límites y barreras razonables?

 

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