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Por Vanessa Díez.

La diosa Ishtar, la bruja de Babilonia, su puta. Fue venerada en la antigüedad. Los templos mesopotámicos eran lugares de culto a la magia, la brujería y la adivinación. Los hechiceros sanadores exorcizaban los malos espíritus y veneraban a la diosa. La misma que fue desprestigiada en la Biblia, convirtiéndola en bruja y prostituta, para que con el paso del tiempo se la odiara en lugar de respetarla. El honor de una mujer siempre ha sido fácil de mancillar, sigue siendo cierto aquello de que una mentira muchas veces repetida puede llegar a convertirse en una verdad y más si ha sido escrita sobre unas escrituras sagradas para una práctica religiosa sin cuestionarse los ritos de cualquier otra deidad, convirtiéndolos en paganos y abocándolos a la desaparición, intentando destruir cualquier competidor que hiciese sombra ante el poder instaurado por la fuerza. Las invasiones a lo largo de la historia han traído conversiones a todas las escalas para la población saqueada desde pérdida de la vida hasta la desvinculación de la identidad, desmembrando sus raíces mediante el saqueo, el hierro y la sangre.

El yacimiento de una ciudad desaparecida a través de los tiempos remueve el pasado, la memoria no siempre se juzga como privilegio, pues prima el frío material ante la supervivencia, la codicia ha sido la perdición de las almas desde los inicios. Samuel entrega su vida a la causa ciega de desenterrar los recuerdos de un reino perdido en el olvido, protegiendo del saqueo la pieza clave que podría llevarles a resolver el misterio que otros no supieron ver. Samuel y su hermano John son víctimas de un accidente de coche, la velocidad y la conducción de John parecen las causas de que acabase la vida de Samuel. John paraliza su vida, no es capaz de ver más allá de los sucesos recientes, siempre ha sido salvado por Samuel, rescatado por él en su infancia ante la imposibilidad de que otros familiares se hicieran cargo de él, aunque su diferencia de edad era evidente siempre había estado para protegerle, ahora ya no era así, sus errores del pasado habían sido sufragados por su hermano y ahora puede que fuera el causante de su muerte. Se culpaba por ello, se odiaba por haberse salvado, por seguir vivo. Se hundía su presente y su futuro, pues había sobrevivido como marchante de arte en una ciudad tan corrosiva como Nueva York gracias al prestigio como arqueólogo de Samuel.

Hal había sido un amigo de la juventud por necesidad, cuando él regresaba del internado compartían tiempo juntos, pues Samuel era amigo del padre de Hal y le llevaba con él a su casa. Con el paso de los años la relación entre ellos había cambiado; pero se seguían tratando. Incluso había vendido la colección del padre de Hal, ahora que tenía alzheimer y estaba en una residencia. Hal no era capaz de reprimir sus excesos y no estaba dispuesto a reducir su nivel de vida, la heroína era sólo uno de sus problemas. En la última fiesta fue testigo de que su antiguo amigo había perdido el rumbo, su adicción le dominaba. Para superar la bancarrota había cruzado el límite y le había robado algo que su hermano le había dejado. Por culpa de su temeridad se vería abocado a sufrir persecuciones y vejaciones por parte de un grupo peligroso que estaría dispuesto a todo con tal de obtener respuestas para lograr su objetivo. John se verá inmerso en una aventura que le llevará a conocer hasta dónde está dispuesto a llegar el ser humano con tal de obtener un preciado tesoro, la avaricia mueve a la humanidad, perdida, sin valores, dispuesta a sacrificar vidas humanas a favor de sí mismos.

La autora se inspiró en el saqueo del Museo Nacional de Bagdad y de las ciudades Ur y Nínive para su novela. El resultado fue obtener el premio Arthur Ellis como Mejor Novela Inédita en 2008 y quedar como finalista del premio Debut Dagger.

 

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