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Por Ruben J. Olivares.

Byung-Chul Han irrumpe en la escena de la filosofía occidental con una controvertida teoría sobre el cambio de paradigma que Occidente está sufriendo. Occidente está enfermo de positividad. La corriente filosófica que inaugurara Henri de Saint-Simon en el S. XIX, desarrollara su discípulo Auguste Comte y popularizará Stuart Mill entre el público anglosajón nos ha sobrepasado. Como el niño que come y come porciones de su tarta favorita y acaba empachado y maldiciendo aquello que hasta hace unos minutos le hizo disfrutar, Occidente tiene un exceso de positivismo.

Según el autor, cada época ha padecido sus enfermedades emblemáticas y ha logrado superarlas a través de la invención de nuevas herramientas o paradigmas que permitieran superar los obstáculos que se nos han presentado. Actualmente la enfermedad a la que Byung-Chul Han cree que debemos enfrentarnos es a las enfermedades neuronales que se derivan del actual estilo de vida occidental, derivadas de un exceso de positivismo. La explotación a la que el individuo se somete es peor que la presión que la sociedad puede llegar a ejerce sobre él. Occidente está tan enfermo de positivismo, de moral calvinista y protestante que el individuo ha interiorizado el discurso dominante y se inmola en aras de una búsqueda desaforada de la productividad y de la mejora de la eficiencia. Para Byung-Chul Han es inútil buscar el enemigo en el exterior, en una figura que, como en el Ancien Régim encarne la tiranía y la opresión, como los reyes absolutistas. Y, ante este panorama, ¿qué podemos hacer? Para Han la respuesta es sencilla: si lo que nos enferma es el exceso de trabajo, lo que nos curará es lo opuesto a lo mismo, el ocio. Han nos invita a abandonar conceptos como originalidad, genialidad y creación de la nada y buscar una mayor flexibilidad en el pensamiento.

Pese a la originalidad del título y la propuesta a la que nos invita, la argumentación de Han no deja de ser un tanto enrevesada y plagada de citas y referencias a otros autores, algo que de por sí no es negativo, hasta que acaba convirtiéndose en el pilar de toda la estructura argumentativa, incurriendo en generalidades cuando expone las enfermedades que asocia al exceso de positividad (he echado en falta alguna referencia a estudios o estadísticas sobre la verdadera incidencia de éstas en Occidente). El libro resulta pesado y difícil de seguir por momentos, pese a la brevedad del mismo (apenas 79 páginas) a lo que si sumamos que más allá de lo provocador de su título no aporta nada nuevo a este debate, lo convierten en un libro que entusiasmará a aquellos lectores profanos en materia y que puede servir de estímulo para continuar indagando sobre la misma, pero que resultará insulso y cansado, como evoca su título, a aquellos lectores familiarizados con las ciencias sociales y la filosofía.

 

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