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Por Sandro Maciá.

Como John Fante. Así me siento cuando, al hacer un viaje largo, las horas pasan frente a mí despacio, con cautela, casi sin querer marcharse. Y no, no es que yo pueda presumir de tener ese ojo clínico que sí demostró tener el autor de «Llenos de vida» para captar lo cómico de cada pasajero o, incluso, para intuir a quién debe seguir uno para toparse con interesantes historias, actitudes y hazañas.

No, nada de eso. No van por ahí los tiros, aunque ya quisiera. Con lo del señor Fante me refiero a esa capacidad suya de no desesperar en las descripciones y de ser tan directo como certero a la hora de concretar cada cosa que cuenta, a ese afán de “croniquear”, un afán que, pese a ser menos talentoso en mi caso, he logardo autoinculcarme a base de eternos ratos en trenes o aviones que me han llevado a almacenar todo tipo de recuerdos y situaciones.

Sin embargo, nada de lo archivado entre los pliegues de mi cerebro, creo, me habría calado tan hondo de no ser porque siempre que he procedido a registrar tales experiencias –sea consciente o inconscientemente-, éstas han estado ambientadas por mi inseparable compañera: la música, ésa que, gracias a no abandonarme en ningún trayecto, por corto que fuere, me ha descubierto tantas y tantas bandas.

La última de ellas, Loplop, es una formación que cuenta con la melódica voz de Sara Ledesma, con las cuerdas de Miguel Ángel Borja, con las teclas de Lisbeth Freites, con el bajo de Delia Gómez y con la percusión de Omar Ballester, todo ello orquestado de una forma dulce, suave y tan agradable al oído como cualquier novela del autor antes citado.

Canciones que incitan a viajar, sonidos que inspiran, composiciones que sirven de banda sonora a momentos de reencuentro con uno mismo… Increíble pero cierto, pero esto es, en parte, lo que transmite su homónimo Ep, su carta de presentación al mundo que, seguro, acabarán comiéndose con una aparente inocencia que –y que me perdonen los que deban- recuerda a los grandes –grandísimos- The Cranberries –denle una escucha a Blue y ya me cuentan-.

Con semejante trabajo, cuesta creer que todo esto se inicie cuando, a mediados de 2011, Sara decide compartir con Migue unos temas que ha ido componiendo en la intimidad de su habitación, momento previo al comienzo de unos ensayos que, al principio de forma sencilla y acústica y después de manera más elaborada, dieron lugar a lo que son hoy.

El despegue está hecho, el tiempo de vuelo sólo ellos pueden determinarlo. ¡Buen viaje!

 

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