A veces cuando camino por las últimas horas de la tarde en paz y en guerra con el hombre que siempre viene conmigo y contemplo los dorados atardeceres en las copas de las lanzas, en los bancos del parque, en el gastado mobiliario urbano, pienso como aquel hombre que estimo: yo también soy un pobre hombre melancólico siempre a la búsqueda de Dios entre la niebla.
Mis pasos cada vez más cansados me llevan por avenidas que cuesta más recorrer. Últimamente tengo un tobillo herido y devorar metros se antoja un ejercicio más costoso. Las distancias más largas, la mochila a la espalda más pesada, la bolsa en el pecho más ligera y desconcertante.
Mis amigos me advierten seriamente que parezco un hombre triste (aunque no por los mismos motivos que CR-7). Casi siempre camino con la cabeza inclinada y pegada al suelo. Sí, es cierto, pero esta pose nada estudiada no tiene que ver con tristezas ni melancolías sino con estrictos motivos de seguridad. No deseo caerme por nada del mundo y busco restos de grasa, peladuras de platano y otras sustancias resbaladizas para esquivarlas. Mis pasos cada día más inseguros. El dolor y el desconcierto acechando detrás de cualquier esquina…
Pues bien, cuando camino con la vista pegada a la calle, he descubierto una nueva variedad de pintadas. Las pintadas escritas a pie de suelo en pleno asfalto, horizontales como bandas de mensajes imperecederas en tiempos de fugacidad.
En estos días movedizos cuando todo corre y nada parece ser lo que fue y nada será lo que ahora es, las pintadas urbanas en el suelo luchan por la permanencia en la memoria, en el recuerdo, en el tiempo de quienes las escribieron aunque luego las olviden y sobre todo en sus destinatarios, que también podrán destinarlas a materia de olvido.
Mensajes-pintadas de amor «Te Quiero», un poeta amigo musita que decir Te Quiero es un verso peligroso, «Siempre tu héroe», «Acércate…Besa mis labios…Carpe Diem». Esta moneda de curso vital tan devaluada por la relatividad de las cosas y las prisas, esta necesidad de ser importante para alguien y que sea hermosamente cierto. Testimoniarlo gráficamente en el asfalto. Este anhelo de trascender por el sentimiento a lo más alto y sentirnos decididamente libres y bellos. Esta ansia de llegar el corazón del otro con trazos de posteridad impresas.
Otras pintadas son reivindicativas de las circunstancias actuales. Las cosas no pintan bien y parece que van a colorear a tonos más grises, oscuros. Ojalá no lleguemos al negro absoluto que nos impide ver el color. El color que la vida nos regala gratis cada mañana con cosas que no cuestan dinero. ¿Os acordáis? Y están a la altura de nuestros escépticos ojos.
Otras hablan de grupos de música, de adolescentes que buscan definir su identidad y romper referencias para buscar el camino de su originalidad.
La mayor pintada total horizontal que se realizó en la «city» de Elche hace ya más de 20 años fue el Proyecto Víbora en el cauce del río Vinalopó, allí donde las crónicas cuentan que ahogose el famoso general cartaginés Amilcar Barca y donde el pintor Milton Charruti escribió para los restos: «Amar hasta reventar» «Es Corazón» «Es la Vida».
Las pintadas en el asfalto como una forma de rebelarse ante la fugacidad de los días actuales, su inconstancia, su desmemoria, su despreocupación para dejar poso, su huida de lo eterno, la efervescencia de la provisionalidad y el cambio.
Los libros y las novedades se suceden en las librerías para perderse en el fondo de los anaqueles y descatalogarse a los escasos meses o años. La cultura rápida, de usar y tirar. El acto, la obra cultural como «producto» y su disfrute, paladeo, reflexión, imaginación por el espectador como «consumo». La cultura que no se fija al suelo como las letras trazadas a flor de asfalto y deseo de permanencia para quedarse entre nosotros y asentarse en el almacén de la conciencia.