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Por Francisco Gómez.

Últimamente advierten mis amigos con cariño que por mis comportamientos parezco un tipo raro, un individuo que no está modelado por el troquel de la normalidad, un ser que no busca algunas de las cosas que casi todo el mundo anhela para su vida confortable y complacida.

Lo reconozco: tengo coche pero me gusta pasear y cojo el autobús para observar cómo transcurre la vida a mi lado. Mis amigos son el tesoro más preciado por encima de mi menguada cartilla corriente. Desconcierto al género femenino con detalles intrascendentes y pongo el corazón en cada cosa que hago. No me gusta llevar mucha ropa y menos jerseys a menos que el frío pueda con mi cuerpo. En verano le pongo cubitos a la cerveza y lo primero que miro en una casa son los libros por delante de minipimers, televisiones de plasma, jacuzzis y cachivaches o enredos varios. Empiezo a leer los periódicos casi siempre por la última página y nunca discuto el precio de unos pantalones o una camisa. Vivo en un caos organizado y si voy por la calle y no te saludo, no es que sea por falta de educación sino porque no te he visto, enredado en mis elucubraciones mentales.

Tampoco ansío poseer una casa (propiedad del banco) si no es con un proyecto común compartido. No me hace ilusión habitar soledades que bien sé puedo aceptar. Prefiero los viajes,las charlas con los amigos al calor de una cena o unas copas, escribir y publicar libros.

Aún creo en el amor y la hermandad entre las personas y sigo buscando como un niño perdido en mitad de la noche a Aquel que me enseña el secreto de la filantropía. Persigo valores y amores antes que posesiones y el brillo del dinero me interesa sólo para cumplir pleitesía a mis placeres.

Algunos dicen que tenemos una «pedrada» muy fuerte en la cabeza y ante tan tajante aseveración, encogemos los hombros y pensamos: «Pos vale». Pienso entonces en todos los pintores, escritores y artistas que arrastraron a lo largo de su vida un recio pedrusco. Vladimir Nabokov, Henry Miller, Yukio Mishima (Kimitake Hiraoka), Julio Cortázar, James Agustin Aloysius Joyce, Fernando Pessoa… Ojalá algún día pudiera llegarles a la altura de sus zapatos anticonvencionales.

Espero y deseo que el Buen Hacedor permita a todos los raros disfrutar de su compañía en algún rinconcito perdido. No nos sentimos gente peligrosa en exceso ni vamos a subvertir las prelaciones de este mundo que ya no sé por dónde marcha. Déjennos ser raros y si acaso, ámennos como somos. Ponga un raro en su vida y quizás salga de su normalidad satisfecha.

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